Por Anne E Urai y Clare Kelly
Abordar la crisis climática exige una actuación radical y urgente a todos los niveles de la sociedad. Las universidades están en una posición ideal para liderar esa acción, pero en gran medida no lo están haciendo. Al mismo tiempo, muchas personas en la academia ven su trabajo obstaculizado por la burocracia, la excesiva competitividad y la pérdida de libertad académica. Basándonos en el marco de la “Economía de rosquilla” desarrollado por Kate Raworth, proponemos siete nuevos principios para repensar las normas de la práctica científica. Basándonos en ellos, proponemos un llamamiento a la acción y animamos a la comunidad académica a dar pasos concretos hacia la creación de una empresa científica floreciente que esté a la altura de los retos del siglo XXI.
El aprieto en que estamos
La crisis climática y ecológica (en adelante, la “crisis climática”) amenaza con desestabilizar muchos aspectos de la civilización humana, incluidas la investigación y la educación académicas. El rápido aumento de la temperatura de nuestro planeta y el ritmo sin precedentes de pérdida de especies y destrucción de ecosistemas son consecuencia directa de las actividades humanas, predominantemente la extracción y el consumo de combustibles fósiles (Thunberg 2022). Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando a pesar de décadas de esfuerzos políticos (10.1146/annurev-environ-012220-011104). Esto pone de relieve el poderoso papel de los intereses creados, que mantienen su legitimidad mediante normas arraigadas y el apoyo de las instituciones sociales, incluido el mundo académico (Popovic et al. 2007) (10.1038/s41558-022-01521-3). Para hacer frente a la crisis climática, las sociedades deben dejar urgentemente de apoyar y legitimar políticas y prácticas que dañan nuestra biosfera.
Las universidades tienen un enorme potencial para lograr ese cambio transformador. La investigación académica amplía nuestros conocimientos y nuestra comprensión de la crisis climática y sirve de base a las políticas de mitigación y adaptación. Educar a la próxima generación puede desencadenar un poderoso efecto dominó y empujar a la sociedad hacia los puntos de inflexión social necesarios para la movilización masiva, la acción y el cambio del sistema.
A pesar de este potencial, muchas personas en la academia se sienten incapaces de hacer mucho por la crisis climática. Puede que pensemos que nuestra investigación no tiene nada que ver o que carecemos de los conocimientos necesarios para comprometernos más allá del ámbito de las opciones personales de estilo de vida. Aquí sugerimos que una barrera aún mayor es el hecho de que la naturaleza cada vez más corporativizada, orientada a objetivos y estresante de la vida académica moderna supera con creces los límites humanos razonables. Esto nos deja a la mayoría de nosotres sin energía para comprometernos con el mayor reto de nuestro tiempo: abordar la crisis climática. Para eliminar estas barreras a la acción, tenemos que repensar el mundo académico.
Para ayudarnos en esta tarea, nos basamos en el trabajo de Kate Raworth, cuyo influyente libro, Doughnut Economics, replantea la economía. Raworth explica cómo las teorías, axiomas y representaciones gráficas de la economía neoclásica han moldeado profundamente nuestra visión del mundo. En el marco neoclásico, les seres humanos son racionales, egoístas y cortoplacistas: están separades de la naturaleza y la dominan.
Esto justifica un tipo particular de economía, donde el crecimiento es el objetivo principal, y los objetivos sociales, como la igualdad y el bienestar, son secundarios. La naturaleza es un recurso; su agotamiento y destrucción, un efecto secundario sin coste. La producción y el consumo en el libre mercado son primordiales, mientras que la actividad en el hogar y en la esfera pública está infravalorada. Estos supuestos fundamentales no sólo sustentan la economía, sino que se han filtrado a través de las normas políticas y sociales que rigen nuestras sociedades, hasta nuestras instituciones académicas. Raworth sostiene que este pensamiento económico obsoleto ha conducido a la humanidad a nuestra situación actual: la doble crisis de la profunda desigualdad mundial y el caos climático.
Para salir de esta situación, Raworth propone una nueva concepción de la economía. En el centro del marco hay una rosquilla, o dona, formada por un anillo interior y otro exterior: el anillo interior es un conjunto de bases para el bienestar humano que debemos proporcionar (como agua y alimentos, educación y paz; Naciones Unidas, 2015); y el anillo exterior es un conjunto de límites ecológicos para nuestro planeta que no debemos sobrepasar (como la contaminación, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático; (10.1126/science.1259855)).
La llamada a la acción de Raworth es que no debemos aspirar a un crecimiento económico ilimitado, sino a vivir bien dentro de un espacio ecológicamente seguro y socialmente justo: el espacio dentro de la rosquilla. No es tarea fácil; requiere cambios fundamentales en nuestra forma de pensar. Para facilitarlos, Raworth ofrece siete nuevos principios de pensamiento económico: cambiar el objetivo, ser inteligente con los sistemas, ver el panorama general, crear para regenerar, nutrir la naturaleza humana, diseñar para distribuir y ser agnóstike sobre el crecimiento. El modelo de Raworth ha tenido una enorme influencia; ya ha sido utilizado por urbanistas, industrias y empresas de todo el mundo para satisfacer las necesidades humanas respetando los límites planetarios.
Aquí aplicamos las herramientas de Raworth para un nuevo pensamiento a nuestro propio ámbito académico. En un análisis y un manifiesto conjuntos, imaginamos una “rosquilla académica”, delimitada por un fundamento social y unos límites humanos y planetarios, y describimos cómo el mundo académico rebasa y rebasa cada vez más estos límites (ver figura). En segundo lugar, examinamos siete formas de pensar dominantes y poco útiles, y proponemos alternativas que nos permitan repensar el futuro del mundo académico y posibilitar la acción académica en nuestra crisis planetaria (segunda figura). En tercer lugar, hacemos un llamamiento a la acción y sugerimos medidas concretas que cada uno de nosotros puede adoptar para llevar el mundo académico a un espacio en el que podamos prosperar en equilibrio (Recuadro 1).
Recuadro 1 – De la creencia a la acción
Este documento pretende empezar a cambiar actitudes y fomentar la acción. Reconocemos que una barrera clave para cualquier acción es el tiempo. No podemos esperar a que nuestras universidades nos den ese tiempo, tenemos que recuperarlo nosotres mismes (10.3138/9781442663091). Saque tiempo para trabajar en la rosquilla dejando de lado las tareas que podría considerar “trabajo de mierda” (Graeber, 2013; Graeber, 2018). Dedicarte a un trabajo coherente con tus valores y objetivos será más gratificante.
Empieza con 30 minutos esta semana e intenta que crezca hasta algo que consideres efectivo y manejable dentro de tus propios límites. Por ejemplo:
- Comenta este artículo y las cuestiones que plantea (como la conciliación de la vida laboral y familiar y el activismo) con tus colegas o en tu laboratorio, durante el almuerzo, en un club de revistas o en un club de lectura (en el recuadro 2 encontrarás una lista de lecturas sugeridas).
- Aporta la perspectiva de la rosquilla académica a tus funciones actuales de mentoría, revisión, rectoría o colaboración.
- Añade algunas diapositivas sobre la crisis del clima y la biodiversidad al final de tus charlas o conferencias. El simple hecho de indicar que estás preocupade resonará en muchas personas y abrirá nuevas conversaciones.
- Únete a una comunidad de sostenibilidad en tu universidad (por ejemplo, un equipo verde o un comité de viajes activos). Encontrar colegas con ideas afines es uno de los mejores apoyos para una acción sostenida.
- Únete a un grupo de acción climática local, nacional o académico (por ejemplo, Scientists4Future, Rebelión Científica, Faculty for a Future, ClimateActionNeuPsych, Doctors for XR).
Tenga en cuenta que utilizaremos indistintamente “academia” y “ciencia”. Aunque algunos de estos principios se aplican a les científikes que trabajan fuera de las instituciones académicas, y muchos se aplicarán a nuestres colegas en las artes y las humanidades, nuestra perspectiva se basa principalmente en nuestra experiencia como investigadores CTIM (neurociencia) en las universidades. También reconocemos que hablamos desde posiciones privilegiadas, ya que ambas somos académicas blancas, cishet, sin discapacidades y titulares (10.1126/sciadv.abo1558). Nuestras experiencias proceden principalmente de los sistemas universitarios irlandés, neerlandés y estadounidense.
Academia dentro de la rosquilla
Adaptar la rosquilla al microcosmos académico nos permite visualizar un espacio definido por una base social interior (que las universidades deben proporcionar) y unos techos humanos y planetarios exteriores (que las universidades deben evitar sobrepasar).
La base social que debe proporcionar el mundo académico:
- Libertad académica. Tiempo para pensar, espacio para la investigación impulsada por la curiosidad.
- Buenos empleos y carreras profesionales. Un trabajo valioso y valorado, en condiciones buenas y equitativas. Carreras seguras y satisfactorias, con perspectivas y reconocimiento. Dotación suficiente y equitativa de recursos materiales, infraestructuras y apoyo científico.
- Comunidad. Autogobierno democrático. Normas e incentivos que creen comunidades sanas, solidarias y colegiadas.
- Diversidad, igualdad, inclusión. Libertad de expresión e identidad. La oportunidad de prosperar en una comunidad académica sin prejuicios ni desigualdades.
- Servicio a la sociedad. Compromiso con la sociedad y aportación a la política, libre de la influencia de intereses corporativos (por ejemplo, combustibles fósiles). Responder a las necesidades de la sociedad en nuestra investigación. Ofrecer opciones de educación superior de alta calidad, accesibles y asequibles.
- Ciencia fiable y de confianza. Investigación abierta, verificable y revisada por la comunidad. Una sociedad que confía en les científikes y una ciencia digna de confianza.
Los límites humanos y planetarios que el mundo académico no debe sobrepasar:
- La carga humana. El intelecto y la creatividad humanas, tanto individuales como colectivas, son los recursos más preciados del mundo académico. Sobrepasar este límite conduce al agotamiento, las dificultades de salud mental y la apatía.
- Individualismo. El mito del “genio solitario” sigue estando en el centro de la imagen académica del éxito. Sobrepasar este límite conduce a una devaluación de la colaboración y la ciencia en equipo y a una competitividad excesiva, acoso y abuso de poder.
- La competencia. El recorte de la financiación pública de las universidades y la ciencia ha aumentado la competencia por unos recursos escasos (becas, publicaciones, ascensos, premios), en detrimento del trabajo en equipo y la colaboración.
- Fijación en las métricas. El exceso de clasificaciones, métricas cuantitativas y evaluaciones conduce a una burocracia desbocada y a incentivos perversos para “jugar con el sistema”. Cuando los ascensos y los procesos de contratación se vinculan a los mismos objetivos, la exageración conduce a una presión excesiva por publicar y conseguir financiación, lo que da lugar a un trabajo irreproducible, a que los “ricos se hagan más ricos” y al nepotismo académico.
- Mercantilización. Los fondos públicos deben utilizarse para proporcionar bienes comunes, servicios y conocimientos que beneficien a la sociedad. Una mercantilización excesiva puede dar lugar a que el trabajo académico sea desviado por agentes extractivos del mercado (por ejemplo, publicaciones con ánimo de lucro, propiedad intelectual corporativa y patentes).
- Impacto ecológico. La ciencia y la investigación académica pueden ser una actividad que consume muchos recursos. Tenemos que cambiar nuestras propias prácticas para dejar de sobrepasar los límites planetarios.
Muches reconocerán la falta y el rebasamiento de los límites de la rosquilla, e incluso es posible que vean cómo se transgreden en su propia vida académica. Las siguientes secciones describen los casos en los que el mundo académico puede ocupar espacios operativos peligrosos fuera de la rosquilla y destacan cómo este modus operandi actúa como barrera principal para una acción significativa en la crisis del clima y la biodiversidad. Adaptamos las siete lecciones de Raworth repasando tendencias esperanzadoras y proponiendo nuevas imágenes que nos ayuden a avanzar hacia una empresa científica próspera y apta para los retos del siglo XXI.
Siete formas de pensar como une científike del siglo XXI
Cambiar el objetivo
Nuestra comprensión de la finalidad de las universidades ha cambiado radicalmente en las últimas décadas (Collini, 2012). Tradicionalmente, la función principal de la universidad ha sido preservar, generar y compartir el conocimiento y la comprensión. Sin embargo, desde la década de 1980, las universidades funcionan cada vez más como empresas. Esto ha provocado cambios radicales en lo que los gobiernos, el público y, de hecho, les propies académikes entienden que es el objetivo de la universidad (Collini, 2017; Glaser, 2015). Les estudiantes son vistos como clientes que pagan tasas (cada vez mayores) por un título que les servirá en un mercado laboral impredecible. Las instituciones académicas compiten por unos fondos públicos cada vez más escasos, lo que impulsa una carrera por la reputación, las tasas de les estudiantes y la financiación de subvenciones. La investigación fundamental e impulsada por la curiosidad debe justificarse apelando a futuras aplicaciones, innovaciones y propiedad intelectual (10.1515/9781400884629). Las artes y las humanidades se devalúan y, en algunas universidades, se eliminan (10.1057/s41599-019-0245-6). Las presiones para publicar (resultados sorprendentes, en puntos de venta específicos y con frecuencia) incentivan prácticas de investigación cuestionables e incluso el fraude descarado. La crisis de replicación resultante ha sacudido tanto a las comunidades científicas como a la confianza del público en la ciencia.
La obsesión por las métricas se manifiesta en una demanda cada vez mayor de “rendición de cuentas”: la cuantificación y justificación de cada decisión tomada, cada hora invertida y cada céntimo pagado. En todas las partes del mundo, al tomar sus cafés, refrescos y cervezas, les académikes se lamentan de cuánto tiempo dedican a “informar hoy sobre el trabajo que dijeron que harían ayer” (Caitíona Leahy, comunicación personal). Estas exigencias reducen el tiempo disponible para realizar el trabajo real y son profundamente inmisericordes. Incluso cuando los objetivos subyacentes (por ejemplo, la equidad de género) tienen mérito, las respuestas institucionales a menudo crean más trabajo y dan solo la apariencia de haber actuado, sin abordar el problema subyacente (10.23943/9781400889433).
En lugar de esforzarnos por alcanzar logros cada vez más cuantificables, debemos defender lo que es único en la universidad, una institución para la erudición independiente, la ciencia y la educación para el bien público, responsable de “conservar, comprender, ampliar y transmitir a las generaciones posteriores el patrimonio intelectual, científico y artístico de la [hu]manidad” (Collini, 2012). Para ello, debemos reorientar nuestros objetivos hacia el respeto de los límites de la rosquilla académica. El cambio de objetivos, valores y actitudes puede ser el más difícil de todos los cambios del sistema, pero en última instancia es el más importante (Meadows, 2008).
Conocer los sistemas
Como entes dentro de la universidad, podemos sentirnos como engranajes impotentes de la maquinaria académica. Después de todo, ¿quién puede negarse a que su jefe de departamento le pida un informe sobre sus resultados y repercusiones que, de no ser satisfactorio, supondrá un recorte del presupuesto del departamento? Sostenemos que nuestra capacidad para resistir a las fuerzas de la fijación métrica, la competencia y la comercialización se ve obstaculizada por las mismas barreras que impiden la acción climática: exceso de trabajo, falta de tiempo, inercia e interiorización de normas poco útiles (10.1098/rsos.210006) (10.1038/s41562-020-0920-z) (Yarkoni 2018). Muches de nosotres simplemente estamos demasiado atascades en el ajetreo y la creciente burocracia como para oponernos a la fijación métrica en primer lugar. No es conspirativo sugerir, como han hecho otres, que esto no es un accidente (Glaser, 2015; Graeber, 2013).
Para superar esta impotencia, debemos ver el mundo académico no como una fábrica productora de investigación, sino como una organización orgánica, diversa y dinámica. Una organización en la que, en las condiciones adecuadas, las pequeñas semillas pueden crecer hasta convertirse en un ecosistema diverso. Al igual que la biología entiende cada vez mejor el mundo vivo a través de la lente de los sistemas dinámicos, podemos observar bucles de retroalimentación, retrasos, oscilaciones y puntos de inflexión en nuestra propia práctica profesional y utilizar estos conocimientos para dar forma al propio sistema (Meadows, 2008; Nielsen y Qiu, 2022). Por ejemplo, articular y cuestionar las reglas de nuestro sistema de financiación (y exigir mejores formas de financiar la investigación) puede merecer más la pena que escribir otra subvención más. Dedicar tiempo a charlar con une estudiante sobre sus intereses en la acción por el clima, o presionar a nuestra universidad para que dé prioridad a la sostenibilidad, puede ser mucho más impactante que reciclar nuestras propias tazas de café (Pattee, 2021). Ha llegado el momento de ser conscientes de los sistemas de los que formamos parte y de encontrar puntos de apoyo para impulsar el cambio en el mundo académico y fuera de él (Meadows, 1997). Esto es especialmente cierto en el caso de quienes tenemos un puesto fijo: la seguridad profesional nos permite dejar de “seguir el juego” de las prácticas académicas perjudiciales y nos da la responsabilidad moral y práctica de hacerlo.
Como científikes, estamos en una posición única para desempeñar nuestro papel en el movimiento climático: entendemos datos complejos (algunes de nosotres incluso estudiamos el comportamiento humano); nuestra experiencia es respetada y a menudo influye a la hora de impulsar políticas; trabajamos en grandes organizaciones desde las que puede filtrarse el cambio; y enseñamos a la próxima generación de mentes brillantes. Comprender los sistemas académicos puede ayudarnos a asumir estas responsabilidades sociales y morales de educar y actuar (Recuadro 1).
Ampliar la mirada
Como universitaries, debemos cultivar una imagen de nosotres mismes que refleje nuestro arraigo en la sociedad y en el planeta. Esto contrasta con la imagen tradicional y estereotipada del mundo académico como una torre de marfil, donde los sabios se dedican a la noble búsqueda del conocimiento objetivo y “puro”. En los últimos años hemos asistido a una revisión de esa imagen, gracias a una mayor apreciación de la relación recíproca entre ciencia y sociedad, y a un creciente reconocimiento del hecho de que las actividades académicas no son neutrales desde el punto de vista de los valores, sino que están influidas por los valores y la moral de la cultura en la que se insertan. Desde una perspectiva aún más amplia, las actividades académicas deben respetar y proteger los sistemas naturales de nuestro planeta.
Respetar nuestro arraigo social significa reconocer cómo las grandes tendencias históricas y sociales afectan a la vida académica, cómo nuestros prejuicios, privilegios y puntos de vista determinan el trabajo que realizamos y quién lo realiza. Significa trabajar por una representación justa de la sociedad dentro de las comunidades de estudiantes y académikes, un objetivo que estamos lejos de alcanzar. Por ejemplo, les miembres del profesorado estadounidense tienen une progenitore con un doctorado aproximadamente 25 veces más que la población general, les estudiantes universitaries proceden predominantemente de familias acomodadas y el Reino Unido solo cuenta con 25 profesoras titulares negras (10.1038/s41562-022-01425-4) (Aisch et al., 2017) (Rollock, 2019). Significa reconocer los legados del colonialismo, y nuestra continua complicidad en el racismo, la discriminación y el acoso (10.1038/d41586-022-03253-y). Significa trabajar sinceramente para afrontar y eliminar estos prejuicios y desigualdades desmantelando los mecanismos discriminatorios (por ejemplo, en admisiones, becas, contratación y ascensos), y garantizando el respeto y la inclusión. Significa prestar atención al trabajo de quién citamos y a qué y cómo enseñamos (10.1016/j.neuron.2021.06.002) (10.1177/1478929918808459). Significa trabajar con las comunidades que investigamos y retribuirles, por ejemplo en la cocreación con grupos de pacientes, entes sociales y poblaciones participantes más diversas (10.1017/S0140525X0999152X). Al reconocer nuestra propia interconexión, nos despojaremos de la ilusión de que la investigación está libre de los valores y perspectivas que le aportamos (10.1016/j.neuron.2021.05.022) (10.1038/d41586-020-00669-2) (Kimmerer, 2013) (Kuhn, 1962).
No hay universidades en un planeta muerto (tomando prestado un eslogan de protesta): ver el panorama completo también significa cumplir nuestras responsabilidades con los sistemas planetarios de los que dependemos. Nuestras responsabilidades pueden verse a dos niveles: en términos de la huella de carbono y biodiversidad de nuestras actividades, y en términos de nuestra obligación de investigar, educar y activar para el cambio estructural (Aron, 2019; Rae et al., 2022). Las universidades han sido sorprendentemente lentas a la hora de medir, informar y mitigar el impacto de sus actividades sobre el carbono y la biodiversidad. Los cambios necesarios se han estudiado ampliamente en otros lugares y afectan a todos los aspectos de la universidad: desde el uso de la energía y los residuos, los suministros de los laboratorios científicos hasta los alimentos que se venden en los restaurantes universitarios y los viajes académicos (10.1016/j.neuron.2020.02.019) (10.1126/science.344.6191.1461) (10.1186/s12302-021-00454-6).
No sólo debemos prestar atención a nuestra huella de carbono, sino también a nuestra “sombra climática”: el impacto climático total de nuestras acciones, incluido nuestro impacto en les demás y en la sociedad (Pattee, 2021). Esto significa poner fin a las actividades que apoyan, mantienen y legitiman la industria de los combustibles fósiles. Las universidades deben poner fin a las colaboraciones con las industrias extractivas y otras industrias perjudiciales para el medio ambiente, en la investigación, la enseñanza y la financiación. Resulta revelador que las investigaciones realizadas en centros de investigación financiados con combustibles fósiles sean menos favorables a las energías renovables, lo que pone de manifiesto cómo la influencia empresarial puede sesgar los resultados científicos (10.1038/s41558-022-01521-3). Los llamamientos en favor de una investigación totalmente “libre de combustibles fósiles” están empezando a surtir efecto: las universidades están empezando a rechazar la contratación y financiación de empresas de combustibles fósiles (Carrington, 2022; Gilchrist y Kaufman, 2022; Tabuchi, 2022). Las universidades también deben desprenderse de sus dotaciones de combustibles fósiles y de las instituciones financieras que apoyan a la industria de los combustibles fósiles. En términos más generales, es necesario un cambio en nuestros valores fundamentales; el principio de justicia climática exige que centremos la desigualdad, los derechos humanos y los legados del colonialismo en nuestro enfoque de la crisis climática y de la biodiversidad (Boyle y Stephens, 2022). Como miembros de la universidad, debemos exigir un cambio transformador en nuestras instituciones y hacer que los dirigentes rindan cuentas de sus compromisos y responsabilidades (Urai et al., 2022).
Crear para regenerar
Para reevaluar nuestros objetivos académicos, necesitamos tiempo y energía. Liberarnos de una carga de trabajo excesiva y de la burocracia nos permite dedicarnos a un trabajo lento, sostenible y creativo, incluida la investigación impulsada por la curiosidad sin un valor monetario o aplicado obvio (10.3138/9781442663091) (10.1016/j.tics.2019.10.007) (10.7554/eLife.31083) (O’Donovan, 2022). Un mayor respiro intelectual también es crucial para abordar el colapso en la revisión por pares, la tutoría y otros servicios no remunerados que todes les académikes necesitan hacer (si el sistema ha de funcionar), pero no todes están dispuestes a asumir, ya que apenas se incentivan. Además, las mujeres (en particular las mujeres de color) y personas de otros grupos infrarrepresentados suelen soportar una carga desproporcionada de trabajo de servicio en el mundo académico (10.1007/s11199-017-0872-6) (10.1080/09540253.2011.606208).
Las personas felices que se sienten valoradas son la base de las comunidades académicas de apoyo que producen ciencia creativa. Para contrarrestar la profunda crisis de salud mental en el mundo académico, las universidades deben respetar los límites humanos y la libertad de expresión de todas las identidades y deben proporcionar una base de trabajo valorado y valioso (10.1038/nbt.4089) (Wray y Kinman, 2021). En última instancia, esto significa que los gobiernos deben proporcionar una financiación universitaria adecuada. La sindicalización y la acción colectiva son herramientas cruciales para exigir carreras buenas y estables (Weale, 2022). Aquelles de nosotres con titularidad tenemos la responsabilidad particular de luchar contra la creciente precarización del trabajo académico: hasta el 70% de los puestos académicos en los EE. UU. son actualmente precarios (AAUP, 2018) (10.1080/01425692.2022.2076387). Si bien las tasas de precarización en el Reino Unido y Europa son más bajas, persisten desigualdades de género y raciales sorprendentes (UCU, 2019; Belleman, 2022). La precariedad académica erosiona en última instancia la libertad académica: la capacidad de expresar ideas sin riesgo de interferencia oficial o desventaja profesional.
Dentro de la rosquilla académica, la enseñanza es central. Educamos e invertimos en la próxima generación, en lugar de “soportar una carga” (10.1038/d41586-022-00145-z). Para preparar a nuestres estudiantes a responder a la crisis climática como ciudadanes y profesionales, necesitamos mantener conversaciones difíciles y honestas (Steinberger, 2022b), enseñarles a pensar de forma crítica y a hacer las preguntas adecuadas. La educación sobre la crisis climática debe integrarse como parte de los planes de estudios de grado y posgrado (10.1016/j.tics.2019.08.001) (10.1016/j.jclepro.2019.04.053), en lugar de seguir siendo el centro de atención de un número limitado de cursos especializados. Esto requiere “enseñar a les profesores”, proporcionar acceso a los recursos y, lo que es más importante, tiempo para que les académikes ampliemos y profundicemos nuestro propio conocimiento y comprensión. También tenemos que escuchar lo que nos dicen les jóvenes sobre lo que quieren aprender: menos sobre problemas y más sobre soluciones y vías para la acción (Steinberger, 2022b). Hay que recompensar a les académikes de todas las disciplinas que asuman el reto de la educación sobre la crisis climática incluyendo este compromiso en los criterios de promoción y ofreciendo oportunidades de adquirir tiempo para apoyar la formación profesional.
Si nos tratamos a nosotres mismes, a nuestres colegas y a nuestres estudiantes como seres humanos plenas, en lugar de meros productores de resultados, podemos liberar espacio para la creatividad, la colegialidad, la amabilidad y la reflexión (Berg y Seeber, 2016). Esto incluye el trabajo sobre la crisis climática, que ahora se realiza principalmente fuera de los trabajos cotidianos de las personas (10.3389/frsus.2021.679019). Reducir el ritmo y alejarse de la carrera de ratas puede parecer un acto extraño y radical, pero en última instancia puede aportar una gran alegría a nuestra ciencia, nuestras vidas y las vidas de nuestres estudiantes.
Alimentar la naturaleza humana
La imagen que tenemos de nosotres mismes como científikes debe fomentar la naturaleza humana, especialmente nuestro carácter colaborador. La visión tradicional sigue centrada en el genio lobo solitario encorvado sobre su escritorio por la noche (la imagen sigue siendo mayoritariamente masculina y blanca), mientras prepara en soledad sus investigaciones de gran impacto. Cuando la imagen del éxito es la del genio o la estrella de la investigación en solitario, actúa como un impedimento para los tipos de cooperación y acción colectiva necesarios para abordar los mayores retos de la sociedad. Además, los incentivos para el éxito individual permiten e incluso promueven el abuso de poder, la intimidación y el acoso, con abundantes ejemplos de discriminación y mal comportamiento en todos los niveles de la ciencia (10.1038/s41562-022-01311-z).
Un enfoque limitado al progreso científico individual ignora la labor crucial de construir y mantener comunidades. La ciencia en equipo, que hace hincapié en la colaboración más que en la competición, puede nutrir mejor nuestra naturaleza colegiada. Al trabajar en equipo, les individues pueden centrarse en compartir su experiencia especial (desde habilidades de investigación hasta gestión, desarrollo de software, diseño gráfico y divulgación) sin tener que hacerlo todo, lo que ofrece trayectorias profesionales más diversas y fluidas fuera del papel de le investigadore principal (10.7554/eLife.31083) (10.1038/545283a). Al mismo tiempo, debemos ampliar nuestra definición de éxito académico más allá de los artículos de gran impacto y la financiación mediante becas, otorgando el mismo valor a otros ámbitos como la tutoría, la educación, el servicio a la disciplina y la divulgación (10.1038/442133a) (Nielsen y Nicholas, 2022).
La mejora de las formas de acreditar y recompensar estas funciones de colaboración en los equipos es un esfuerzo continuo que, en última instancia, debe incorporarse a las decisiones de contratación, promoción y financiación (10.1523/JNEUROSCI.1139-20.2020). Por ejemplo, los valores del mundo académico se están reexaminando en los debates sobre el reconocimiento y la recompensa de les científikes en los Países Bajos (NWO, 2019). Allí, los organismos nacionales de financiación y las universidades se han comprometido a diversificar las dimensiones a lo largo de las cuales se evalúa a les investigadores individuales, reconociendo trayectorias profesionales más diversas que se centran en la enseñanza, la gobernanza o la divulgación. Un paso positivo similar es la Declaración sobre la Evaluación de la Investigación (DORA), un conjunto de principios que tiene como objetivo alejarse de las métricas basadas en revistas para evaluar a les académikes, hacia la evaluación de la investigación por sus propios méritos. Como académikes y evaluadores, podemos presionar para que nuestras universidades y organismos de financiación adopten estos principios alternativos de evaluación.
Diseñar para distribuir
El mundo académico no es justo. La distribución de la financiación científica, las publicaciones en revistas de alto impacto y la concentración de recursos en instituciones de gran prestigio muestran indicios del “efecto Mateo”, un sistema en el que los ricos se hacen más ricos (Bol et al., 2018; Huber et al., 2022). Esto es desalentador y malgasta los recursos académicos (10.1371/journal.pbio.3000065) (10.1177/0162243918822744) (10.1371/journal.pbio.3000065). Impide el progreso científico al reducir la diversidad de personas y pensamientos vitales para una comunidad científica próspera y resistente. Para garantizar un apoyo a la investigación suficiente y equitativo, debemos considerar formas alternativas de distribuir la financiación, los recursos y el poder. Por ejemplo, los sistemas de financiación competitivos con bajas tasas de éxito (y mucho tiempo perdido en la redacción de propuestas fallidas) pueden sustituirse por loterías parciales que liberan tiempo y dinero, sin pérdida de calidad (Gross y Bergstrom, 2019; Roumbanis, 2019). También se puede proporcionar a les investigadores subvenciones renovables continuas para cubrir las necesidades básicas de investigación, reuniendo su dinero para llevar a cabo proyectos específicos o redistribuir parte de sus fondos entre colegas (Dresler, 2022) (10.1002/embr.201338068). Estas alternativas no sólo distribuirían el dinero de forma más justa, sino que también liberarían un tiempo muy necesario para la investigación, la tutoría, el activismo o incluso un poco de descanso.
La rosquilla académica exige una reevaluación de cómo las universidades utilizan los fondos de investigación. En las últimas décadas, les académikes han estado cada vez más al servicio de los intereses corporativos a través de las innovaciones y la generación de Propiedad Intelectual. En cambio, cuando el trabajo financiado con fondos públicos (como el desarrollo de vacunas de ARNm o el algoritmo PageRank) es utilizado por la empresa privada, los beneficios deberían compartirse justa y abiertamente con le contribuyente para servir al bien público. Necesitamos desmantelar el sistema de publicación que permite que el trabajo académico sea desviado por editores con márgenes de beneficio extraordinarios (Resnick y Belluz, 2019). Sin embargo, con el movimiento hacia la publicación de acceso abierto (por ejemplo, Plan S) se debe tener cuidado para evitar trasladar la carga financiera a las universidades a través de tarifas de acceso abierto exorbitantes. El uso indebido de los recursos comunitarios por parte de empresas con ánimo de lucro está muy extendido (10.1177/14733250221106639): El reciente lanzamiento por parte de Microsoft de GitHub Copilot, una herramienta de programación que aprende del código compartido públicamente sin respetar su licencia, suscitó las críticas de la comunidad del software abierto (Gershgorn, 2021). Estos ejemplos muestran cómo la aplicación de los principios de mercado de mercantilización, monetización y propiedad privada puede agriar un espacio que está mejor servido como un procomún gestionado por la comunidad (Morrison, 2019) (10.1017/CBO9780511807763). El éxito de acciones más disruptivas como Sci-Hub (10.7554/eLife.32822) demuestra el apetito y la capacidad de cambio.
Ser agnóstike sobre el crecimiento
La omnipresente mercantilización de las universidades hace hincapié en el crecimiento: más estudiantes que obtienen más títulos, lo que se traduce en más cualificaciones cuantificables entregadas a la mano de obra; más investigadores que obtienen más dinero de subvenciones, que publican más artículos, que nadie tiene tiempo de leer. Volviendo a la cuestión central de para qué sirven realmente las universidades (Collini, 2012), tenemos que participar en debates más amplios sobre el crecimiento.
La rosquilla académica da prioridad a una universidad más orgánica y ajena al crecimiento, en la que el conocimiento se conserva, se redescubre y se valora, y en la que cuidamos lo que tenemos. Se permite que las comunidades académicas dejen de crecer para que puedan consolidarse y dar frutos. El objetivo debe ser una educación superior y una literatura científica que sea mejor, en lugar de más: diversa (incluyendo código, datos, trabajos creativos, comunicaciones científicas o documentos políticos) y dinámica (liberada del estático artículo de revista publicado), pero más lenta y reducida en número. Estos cambios, a su vez, abrirán el respiro que necesitamos para comprometernos realmente con esa literatura (10.1016/j.tics.2019.10.007).
Ser agnóstikes en cuanto al crecimiento nos permite centrarnos en generar confianza. Las prácticas de investigación cuestionables (impulsadas en última instancia por la estructura de incentivos del mundo académico y la priorización de hallazgos increíbles) han dado lugar a una crisis de reproducibilidad, en la que ya no podemos confiar en los cimientos sobre los que hemos construido nuestro trabajo (Yarkoni, 2018; Vazire, 2019). El movimiento de ciencia abierta ha trabajado duro para reconstruir la confianza: desde metaanálisis, intercambio de datos y prerregistro hasta proyectos en equipo y artículos dinámicos. Paralelamente, la crisis de reproducibilidad ha impulsado un enfoque renovado en la teoría, que es crucial para mejorar la utilidad de los resultados científicos (Borsboom, 2013).
El éxito de la ciencia abierta demuestra el poder de recuperar el control y diseñar sistemas que sean distributivos por defecto. Compartir el código y los datos permite a otres reproducir el trabajo científico y allana el terreno de juego para quienes no tienen acceso a equipos de adquisición de datos o financiación suficiente. Las normas comunitarias para los datos ayudan a mejorar la calidad científica y a reducir los residuos, al fomentar la reutilización de los formatos de datos y códigos (10.1038/sdata.2016.44) (10.1016/j.neuron.2015.10.025). Sin embargo, la ciencia abierta no es impecable (10.1177/0306312718772086). Por ejemplo, la cultura “bro” en el movimiento de la ciencia abierta (el problema de la “ciencia bropen”) cierra el espacio a voces diversas (Whitaker y Guest, 2020). También es un desafío encontrar y financiar desarrolladores que proporcionen la columna vertebral de la infraestructura digital abierta debido a la competencia con los actores con fines de lucro (Bals, 2020). Sin embargo, la naturaleza comunitaria y de base del movimiento significa que tiene capacidad de autorreflexión y autocorrección. Un mayor apoyo institucional a la ciencia abierta, en términos de educación, financiación y empleo seguro, es crucial para que sea sostenible a largo plazo.
En última instancia, necesitamos reconstruir la confianza de la sociedad en la ciencia, que se ha visto dañada por la creciente polarización del discurso público y el auge de los políticos populistas. La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto el desencanto de muchas personas con les expertes, como ejemplifican quienes se distancian explícitamente de las pruebas científicas (Huber, 2022). La confianza se ha visto aún más socavada por los esfuerzos de décadas de la industria de los combustibles fósiles para sembrar deliberadamente la duda sobre la ciencia del clima y negar su papel en la crisis (10.1088/1748-9326/aa815f). A pesar de estas tendencias, les académikes siguen ocupando posiciones privilegiadas de confianza y respeto (Clemence y Boyon, 2022). Existe la correspondiente responsabilidad de estar a la altura de esa posición privilegiada dedicando tiempo a informarnos y, a continuación, abogando por el cambio (10.3389/frsus.2021.679019) (Nielsen y Qiu, 2022). Mediante el esfuerzo colectivo, podemos cambiar el mantra académico: de publicar, publicar, publicar, a publicar, comunicar, comprometerse (Achakulwisut, 2017).
Un llamado a la acción
Abordar la crisis del clima y la biodiversidad exige cambios transformadores en nuestras economías y sociedades. Les académikes, tanto como habitantes del planeta Tierra como en sus funciones profesionales, deben asumir un papel protagonista en esta transformación (10.3389/frsus.2021.679019). Aquí argumentamos que las barreras al compromiso necesario surgen de la transgresión de la rosquilla académica: un espacio seguro y justo que proporcione una base social al tiempo que respeta los límites humanos y planetarios. Para que les académikes puedan comprometerse con los mayores retos de la humanidad, y para exigir que nuestras instituciones lideren la transición social necesaria, debemos forjar un camino hacia el espacio seguro y justo dentro de la rosquilla académica (Recuadro 2).
Recuadro 2 – Lecturas complementarias
Si estas ideas resuenan contigo, te recomendamos los siguientes libros:
- Doughnut Economics (Raworth, 2017) examina los axiomas de la economía y propone cómo vivir bien dentro de los límites planetarios. Una visión clara y, en última instancia, optimista de nuestro futuro. Vídeos: Charla TED, webinar SR.
- The Slow Professor (Berg y Seeber, 2016) propone una forma humana, regenerativa y alegre de practicar nuestra investigación, docencia y servicio académico. Un soplo de aire fresco para le científike acosade.
- La tiranía de las métricas (Muller, 2018) describe cómo la “fijación por las métricas” sustituye las recompensas intrínsecas por las extrínsecas, fomenta el juego con el sistema y desvía tiempo y recursos para el trabajo real. Una crítica legible y ampliamente útil de la contabilidad cada vez mayor.
- ¿Para qué sirven las universidades? (Collini, 2012) vuelve a la cuestión fundamental de qué hace especiales a las universidades y repasa las tendencias históricas que han llevado a la quiebra de estos valores. Una base para entender los cambios pasados y actuales en el mundo académico.
- La crisis climática (Aron, 2022) sintetiza las ideas de la ciencia psicológica sobre por qué estamos en crisis y qué debemos hacer ahora para detener el calentamiento global. No es sólo un libro de texto, sino un marco para la acción climática eficaz. Adam es un neurocientífico y colega que recientemente ha trasladado su laboratorio de la neurociencia cognitiva a la psicología de la crisis climática y la acción colectiva.
- Fabian Dablander elabora una lista de lecturas que ofrece una visión global de los mejores materiales sobre la crisis climática.
Es humillante darse cuenta de que las universidades (como muchos sistemas complejos) muestran una inercia considerable, y que el cambio social no se produce fácilmente. Además, la rosquilla académica no puede considerarse independientemente de la sociedad. Más allá de nuestras propias instituciones, el cambio tendrá que venir en última instancia tanto de los gobiernos como de les ciudadanes. Muchas de nuestras propuestas son contradictorias con la estructura de incentivos de la universidad neoliberal, definida por la disminución de la financiación y las crecientes exigencias de rendición de cuentas. También nos enfrentamos a un enigma: los cambios que deseamos (por ejemplo, sostenibilidad, diversidad, ciencia abierta) sólo pueden fomentarse explícitamente si los medimos y ordenamos de algún modo. Desear vagamente un cambio cultural es poco probable. Por otra parte, “no todo lo que cuenta puede contarse” (Collini, 2012). La rosquilla académica no puede ser un requisito más; debemos cambiar el objetivo de la universidad. Dada la enormidad de esta tarea, ¿tenemos alguna posibilidad de lograr estos cambios audaces?
Aquí, el pasado ofrece esperanza para el futuro. Tanto la historia como la experiencia reciente demuestran que los movimientos sociales pueden lograr cambios, y de hecho los logran: en el sufragio femenino, los derechos civiles y la igualdad matrimonial (Engler y Engler, 2016). A lo largo de la historia, las universidades han sido terreno fértil para importantes movimientos sociales, como el movimiento contra las armas nucleares, los movimientos contra la guerra y por los derechos civiles en Estados Unidos, y los movimientos de protección del medio ambiente (10.1177/0010414018758761) (10.7554/eLife.83292) (Russell et al., 1955) (Brown y Silber, 1979). En la actualidad, activistas académikes de todo el mundo realizan contribuciones cruciales a movimientos en ámbitos como la crisis climática, la salud, los derechos LGBTQ+ y reproductivos, la justicia social, la desigualdad económica y la hegemonía del crecimiento económico, entre muchos otros (10.1038/s41558-022-01461-y) (10.7554/eLife.83292) (10.1038/442133a) (10.1038/d41586-022-04412-x) (Dreifus, 2019) (Tannam, 2018) (George, 2020) (Holmes, 2021).
Dentro del mundo académico, los movimientos de base han forzado un ajuste de cuentas con las consecuencias de varias prácticas poco útiles. Aunque el movimiento de la ciencia abierta se encontró inicialmente con una fuerte resistencia, sus prácticas se están normalizando cada vez más (Nielsen y Qiu, 2022). Podemos ver los frutos del activismo de la ciencia abierta en iniciativas concretas hacia nuevas formas de publicar, financiar y acreditar a les investigadores, y en el éxito abrumador de iniciativas de ciencia abierta como el intercambio de datos y códigos (10.7554/eLife.83889) (10.1038/s41562-021-01286-3) (10.1016/j.tics.2020.06.009). El movimiento #MeToo y su denuncia del acoso y el abuso ofrece otro ejemplo de cómo el activismo puede provocar un cambio en el sistema, aunque todavía queda mucho trabajo por hacer. Sin embargo, otros movimientos de base como Pride in STEM y #BlackInSTEM (en nuestra propia disciplina, #BlackInNeuro) están teniendo éxito a la hora de denunciar las desigualdades y los prejuicios, crear comunidades de apoyo y presionar por una verdadera diversidad, igualdad e inclusión en la ciencia.
Como ocurre con cualquiera de estos ejemplos de éxito, el cambio comienza con una acción colectiva, sostenida y local (como refleja el lema “piensa globalmente, actúa localmente”). Nuestro ámbito académico es donde estamos y sobre lo que podemos influir, desde donde puede filtrarse el cambio. Aunque el giro neoliberal ha conseguido sofocar parte del espíritu rebelde y cívico de académikes y estudiantes, las universidades siguen siendo microcosmos sociales que pueden dar lugar a nuevas formas de pensar, que pueden desencadenar el cambio de los sistemas. Nuestras acciones individuales no bastan para provocar el cambio, pero son necesarias. Las universidades no cambiarán sin los esfuerzos individuales y ascendentes de les académikes (Steinberger, 2022a). Como en el caso de la crisis climática, no podemos limitarnos a esperar a que otre solucione el problema.
La acción colectiva puede crear un multiplicador de esfuerzos, con efectos a largo plazo que pueden superar con creces cualquier impacto que podamos tener a través de nuestras huellas individuales. Hablar con colegas, amigues y familiares sobre la crisis del clima y la biodiversidad es una de las cosas más poderosas que podemos hacer (Hayhoe, 2021). Cuando no hablamos de los temas que nos preocupan, exacerbamos una “falsa realidad social” en la que la mayoría parece no preocuparse (10.1038/s41467-022-32412-y). Cuestionar las normas puede ayudar a desencadenar puntos de inflexión social: basta sólo que el 25 % de las personas apoye una nueva norma social, para que la opinión mayoritaria cambie (10.1126/science.aas8827) (10.1038/s41467-021-25953-1). Por eso es tan importante encontrar tu comunidad: la solidaridad se sostiene, y sumar tu voz puede ser un punto de apoyo para acciones más ambiciosas. Únete a una organización local, involúcrate en política (como participante, votante o activista) o crea un grupo de debate y acción. Ten en cuenta que no estás solo: nosotres mismes nos hemos inspirado y guiado por el activismo y el trabajo de nuestres colegas y estudiantes.
Si las universidades no asumen un papel de liderazgo en la acción por el clima, corremos el riesgo de vernos arrastrados por fuerzas sociales más amplias. Hace solo cinco años, Greta Thunberg era una adolescente sueca desconocida que protestaba en solitario. Ahora ha inspirado protestas climáticas en más de 150 países (Barclay y Resnick, 2019). En este contexto, cada vez hay más llamamientos para que las universidades asuman un papel cívico más activo y adopten nuevas prácticas académicas, de defensa y de activismo climático más directo (10.1016/j.tics.2019.08.001) (10.1038/s41558-022-01461-y) (10.3389/frsus.2021.679019) (10.7554/eLife.83292). Al cultivar, permitir y recompensar una cultura de defensa política y activismo entre les académikes, podemos estar facultados para traducir nuestra investigación más allá de las páginas de las publicaciones de revistas en impacto y acción en el mundo real.
Las universidades están en una posición ideal para propiciar el cambio social, económico y político necesario para abordar la crisis climática y de la biodiversidad, pero ¿pueden las comunidades académicas superar la inercia y las barreras a la acción? Un primer paso hacia el cambio es ver las cosas de otra manera. Hemos descrito nuevas formas de vernos a nosotres mismes como investigadores, educadores, miembres de la universidad y de una comunidad científica global. Esperamos que nuestra llamada a la acción nos haga avanzar por el camino hacia la rosquilla académica y hacia una biosfera próspera para las generaciones futuras. ?
Artículo original en inglés: Anne E Urai, Clare Kelly (2023) Point of View: Rethinking academia in a time of climate crisis eLife 12:e84991 https://doi.org/10.7554/eLife.84991
Traducido por: Equipo Nibö