Por Felix Stalder
El crecimiento de las principales plataformas de medios sociales ha sido tan rápido que resulta difícil imaginar nuestra vida cotidiana sin ellas. Sin embargo, Facebook, con 2.900 millones de usuaries, aún no ha cumplido 20 años. Twitter, utilizado por 330 millones de personas, se creó en 2006, e Instagram, utilizado por 1.200 millones de personas y ahora forma parte de Meta, la empresa matriz de Facebook, se creó en 2010. Sin embargo, su espectacular ascenso hace olvidar fácilmente que la práctica de la comunidad digital se remonta mucho más atrás. El deseo de estar en contacto con personas afines, vivan en el mismo barrio o en otro continente, ha sido uno de los motores del desarrollo cívico de Internet desde el principio.
Incluso antes de la aparición de la World Wide Web a principios de los 90, las listas de correo, los grupos Usenet (foros de debate temáticos) y los sistemas de tablones de anuncios (ordenadores locales a los que se podía acceder directamente por módem) ofrecían diversas plataformas que permitían a les usuaries con conocimientos técnicos intercambiar información y trabajar en red. Los proveedores de servicios comerciales de Silicon Valley se limitaron a generalizar socialmente esta práctica creando ofertas fáciles de usar que resultaron enormemente rentables para los inversores.
Pero ahora el modelo de negocio se ha estancado. La empresa matriz de Facebook, Meta, ha perdido más del 50 por ciento de su valor bursátil en los últimos dieciocho meses a medida que el número de usuaries, aunque sigue siendo muy alto, disminuye. Los ingresos por publicidad, que en 2022 aún representaban el 97,5 por ciento de los ingresos, están cayendo. La nueva idea que se supone debe dar un nuevo impulso, la plataforma de realidad virtual Metaverse, está engullendo enormes sumas en desarrollo, pero apenas encuentra usuaries en la práctica.
Las razones de la crisis son múltiples y se refuerzan mutuamente. Tras una serie de escándalos, las plataformas han perdido su imagen amable y cada vez se ven con ojos más críticos. En 2018, el denunciante Christopher Wylie reveló cómo la empresa de análisis de datos Cambridge Analytica utilizó datos de redes sociales para intentar manipular las elecciones en estados demócratas. El éxito electoral de Donald Trump y su errático estilo de hacer política, mezclando deliberadamente verdades y mentiras, están estrechamente ligados al funcionamiento de Twitter.
Los inescrutables filtros algorítmicos provocan una y otra vez sonoros gritos de “censura” por parte de los más diversos partidos, una acusación que no puede probarse ni refutarse de forma convincente. En un clima así, prosperan las teorías de la conspiración. En los últimos años, han surgido industrias enteras de vigilancia y desinformación en las redes sociales; y el gobierno chino demuestra continuamente que queda poco de la utopía de Internet como medio de libertad de información.
La percepción negativa se ve reforzada por la presión cada vez mayor para monetizar tantos aspectos como sea posible y poner más y más publicidad para generar beneficios a pesar de la curva de crecimiento cada vez más plana. Esto, a su vez, repercute negativamente en la usabilidad. Cada vez es menos divertido desplazarse por tu timeline cuando te inundan con anuncios o contenido “patrocinado”; algo que antes ha hecho que la televisión privada se nos haga insoportable.
El entorno en el que operan las empresas también se ha vuelto más duro, y de forma significativa. No sólo se recortan los presupuestos publicitarios en comparación con los días de bajos tipos de interés, sino que también se restringe cada vez más el acceso a los datos de les clientes. La mejora de la protección de la privacidad en el iPhone de Apple a través de la ATT (transparencia en el seguimiento de aplicaciones) reduce por sí sola los ingresos de Facebook en unos 10.000 millones de dólares al año. Para complicar aún más el modelo de negocio hambriento de datos está el hecho de que el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) de la Unión Europea también se está imponiendo lentamente. En enero de 2023, Meta fue multada con 390 millones de euros en base a él, y en noviembre de 2022 el grupo ya tuvo que pagar una multa de 265 millones de euros.
¿Y nuevas ideas? Totalmente ausentes. Mark Zuckerberg se ha metido en un callejón sin salida con su versión de la realidad virtual. Sacarle de él será difícil, porque posee la mayoría de los derechos de voto del grupo. Las mismas dificultades estructurales son evidentes en Twitter, sólo que más extremas. Los ingresos por publicidad han caído en picado y les usuaries abandonan la plataforma o limitan sus actividades.
Las deudas acumuladas en el curso de la adquisición por Elon Musk han aumentado enormemente la presión financiera, y el nuevo propietario único actúa de forma errática, ególatra, abierto a posiciones de extrema derecha, pero sin un plan reconocible. El hecho de que Twitter, como Facebook, intente ahora explotar nuevas fuentes de ingresos mediante modelos de suscripción no es más que otra expresión de su falta de ideas. Porque en lugar de ofrecer nuevas funciones, las funciones básicas existentes, como la verificación de identidad o la autenticación de dos factores, están ahora vinculadas exclusivamente a una suscripción. ¿Sigue siendo esto desesperación o ya es chantaje?
A pesar de todo, lo que mantiene a les usuaries en estas plataformas son los grandes costes que conllevaría un cambio. Todos los que llevamos años utilizando estas plataformas hemos invertido mucho tiempo y esfuerzo en construir redes personales que desempeñan un papel importante en nuestra vida privada y profesional. La falta de interoperabilidad hace que estos contactos se pierdan y haya que reconstruirlos cuando cambiamos. Esto supone un gran esfuerzo y sólo tiene éxito si los demás también cambian de plataforma.
Les jóvenes que están empezando a crear su red de contactos no tienen este problema. Y por eso muchos no acuden a las plataformas ya establecidas, sino a la nueva rival Tiktok, que ya ha conseguido mil millones de usuaries en poco más de cuatro años. Tiktok es una copia del servicio chino Douyin diseñada para el mercado extranjero. Ambas plataformas funcionan técnicamente de forma muy similar, pero son completamente independientes entre sí e incompatibles. Así, la versión china (Douyin) puede ser fuertemente censurada sin que la versión internacional (Tiktok) se resienta.
Aunque visualmente Tiktok se distingue claramente de Facebook y Twitter por su enfoque en vídeos cortos, estructuralmente tiene los mismos problemas: Un algoritmo totalmente opaco determina qué contenido se muestra y está optimizado para mantener a les usuaries en la pantalla el mayor tiempo posible. Se recogen enormes cantidades de datos. No está claro para qué se utilizan. El dinero se gana principalmente a través de la publicidad.
Tiktok se encuentra aún en una fase temprana en la que la expansión prima sobre la monetización, pero esto no durará indefinidamente. En otras palabras, Tiktok no resuelve ninguno de los problemas que conocemos de las demás plataformas comerciales, sino que posiblemente añade otros nuevos. Esto se debe a que el grupo, como todas las grandes empresas informáticas de China, está estrechamente vinculado al aparato político y de seguridad del Estado.
Por ello, en Estados Unidos se lleva años estudiando intensamente una prohibición general. Les empleades de todas las autoridades federales estadounidenses y también los de muchos estados ya no pueden instalar la aplicación en sus dispositivos oficiales. La principal razón aducida para una posible prohibición total es la “seguridad nacional”.
Esto sugiere que la cuestión principal no es la protección de la privacidad, sino la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, en la que el sector tecnológico desempeña un papel central. Thierry Breton, Comisario europeo responsable del mercado interior, planteó recientemente la posibilidad de prohibir Tiktok en Europa. La coincidencia no es casual.
La situación es muy distinta en el caso de Mastodon, una red social alternativa que todavía es muy pequeña, con 10 millones de usuaries, pero que está llamando mucho la atención por su enfoque radicalmente distinto. Mastodon ha sido desarrollada como un proyecto de código abierto desde 2016 por Eugen Rochko, originalmente en Jena y ahora en Berlín. Detrás hay una pequeña empresa sin ánimo de lucro y una gran comunidad global de desarrolladores y administradores. La interfaz de Mastodon es similar a la de Twitter, pero estructuralmente se diferencia de las otras plataformas en tres aspectos.
En primer lugar, está organizada de forma descentralizada, formada por “instancias” independientes pero que cooperan entre sí. Como ocurre con el correo electrónico, les usuaries pueden elegir entre distintos proveedores, cambiar de uno a otro si es necesario, pero sobre todo comunicarse entre todos los proveedores. Cada proveedor puede definir sus propias condiciones de uso. De este modo, pueden establecerse prácticas culturales diferentes en las distintas instancias, pero compatibles entre sí.
En segundo lugar, el software es de código abierto, lo que significa que una gran variedad de grupos pueden utilizarlo sin coste ni restricción y también adaptarlo técnicamente a sus necesidades. En tercer lugar, Mastodon es principalmente no comercial, es decir, no está optimizado para aumentar el tiempo que les usuaries pasan en la plataforma, ya sea mediante contenidos virales o decisiones de diseño que aumenten el factor de adicción, como las notificaciones constantes de nuevos mensajes (“¡10 mensajes nuevos!”) o la cuantificación de los “me gusta”.
Estas estructuras técnicas no resuelven por sí solas ninguno de los muchos problemas que conocemos de las principales redes sociales. Pero las condiciones son mucho mejores para garantizar que no se descontrolen por completo. En primer lugar, porque las instancias no funcionan con objetivos puramente comerciales; en segundo lugar, las herramientas de moderación son más sutiles y también pueden utilizarse de forma descentralizada. La posibilidad de cambiar de proveedor sin problemas ni pérdidas también devuelve el poder a les usuaries, al menos en parte.
La necesidad de comunicación horizontal, que ha tenido una gran influencia en el desarrollo de Internet desde sus inicios, es inquebrantable. Lo que ha entrado en crisis, por tanto, es un modelo muy concreto -aunque muy influyente en la última década- de cómo se organiza esta necesidad. Con Mastodon, existe ahora, por primera vez en mucho tiempo, la posibilidad de una infraestructura no puramente comercial para la comunicación cotidiana. Y eso es muy de agradecer en términos de comunicación democrática.
Queda por ver si Mastodon puede salir de su nicho y convertirse en una alternativa real. Eso depende de si el propio software se vuelve más fácil de usar, por ejemplo en términos de una interfaz coherente o de aplicaciones móviles mejor diseñadas. Pero aquí también se necesitan actores gubernamentales. La Unión Europea debe interpretar o, si es necesario, adaptar su normativa, especialmente el Reglamento General de Protección de Datos o la Ley de Servicios Digitales, de tal forma que promuevan (o al menos no obstaculicen) a los proveedores no comerciales.
En lugar de seguir confiando en que el mercado lo solucione de alguna manera, hay que invertir fondos públicos en el desarrollo de software y el funcionamiento de las instancias. Si, por ejemplo, las universidades proporcionaran a sus estudiantes y empleados no sólo direcciones de correo electrónico, sino también cuentas de Mastodon, esto tendría un enorme impacto en todos los ámbitos. Para Europa en particular, que corre el peligro de quedarse atrás tecnológicamente, esto ofrece una oportunidad única de desarrollo independiente que puede tener un impacto global.
Traducido y publicado con permiso del autor. Originalmente publicado en Le Monde Diplomatique.