Por Nahúm Méndez Chazarra
Europa, el satélite de Júpiter, es uno de los lugares de nuestro Sistema Solar en los que pensamos hay un mayor potencial astrobiológico debido a la posible existencia de un océano de agua líquida debajo de su corteza helada. Algo que esperamos que en la próxima década confirmen misiones como la europea JUICE, que despegó a mediados del mes de abril de este año, o la norteamericana Europa Clipper, cuya fecha de despegue prevista es octubre de 2024, y cuyo ensamblaje se encuentra en una fase muy avanzada.
Europa es un satélite algo más pequeño que nuestra Luna -unos 3100 kilómetros de diámetro frente a 3474 kilómetros- pero a pesar de eso su superficie atestigua que hay una actividad geológica capaz de rejuvenecerla desde dentro, e incluso, como hablamos en “Una tectónica de placas más allá de la Tierra” en diciembre de 2022, podría tener una tectónica de placas, y esto significa que hay alguna fuente de energía interna capaz de provocar estos procesos.
Por si esto fuese poco, en 2013 se anunció el descubrimiento de posibles géiseres de agua -capaces de llegar a los cien kilómetros de altura- a partir de datos del Telescopio Espacial Hubble, agua, aunque cuyo origen no sabemos si procede de bolsas de agua existentes en el interior de la corteza o del océano, un fenómeno que sería similar al observado en Encélado, satélite de Saturno, y que añade, si cabe, más interés al estudio de Europa, ya que estudiando el agua que sale despedida en estos fenómenos, podemos intentar averiguar su procedencia, y en el caso de ser del interior de Europa, conocer mejor ese posible océano.
Pero, ¿cómo es Europa por dentro y cómo ha sido su evolución? Un artículo recién publicado en Science Advances aporta un nuevo modelo sobre su estructura interna y la evolución que ha tenido a lo largo del tiempo, algo fundamental de cara a conocer qué fuentes de energía serían las responsables de mantener un océano de agua líquida desde su formación o si el océano en realidad se formó posteriormente.
En las últimas décadas, muchos de los estudios científicos han apuntado a una rápida evolución del interior de Europa tras su formación. Es decir, que los procesos de diferenciación planetaria, aquellos que dan lugar a la estructura por capas de los planetas y otros cuerpos, ocurrieron muy pronto en la historia de Europa, procesos para los que generalmente se necesita mucho calor para fundir total o parcialmente, en este caso Europa, y que los elementos más pesados se hundan hacia el fondo y los más ligeros vayan hacia la superficie.
Por los datos que tenemos hasta el momento, la estructura de Europa, a grandes rasgos, estaría formada por una corteza de hielo de unos 15 a 25 kilómetros de potencia, un océano subterráneo de entre 60 y 150 kilómetros de espesor, un manto rocoso y un núcleo metálico.
Este nuevo estudio propone que Europa se formó como una mezcla más o menos homogénea de roca, hielo y elementos metálicos que lentamente fue segregándose en las distintas capas, tardando en formarse el núcleo interno -si está formado completamente- a lo largo de miles de millones de años. La existencia o no de este núcleo y su estado nos podría dar pistas sobre el calor interno que todavía se genera en Europa.
Además, proponen que la deshidratación de los minerales silicatados -fruto del calor procedente de la desintegración radioactiva- presentes en Europa -algunos silicatos pueden contener moléculas de agua o grupos hidroxilo en su estructura cristalina- podría haber sido la responsable de la formación del océano y de la capa de hielo, ya que el agua iría migrando desde zonas más profundas hacia las más superficiales, primero formando la corteza de hielo, y después permitiendo, bajo esta, la existencia de un océano.
Hay algo más. Este modelo es ciertamente desfavorable, ya que predice que la actividad geológica en la interfaz entre el océano y el manto rocoso podría ser muy poca, limitando mucho la existencia de fenómenos hidrotermales o volcánicos en su interior en la actualidad, lo que limitaría de una manera importante el potencial astrobiológico del satélite joviano, algo que también podría explicar la menor actividad que hemos observado con respecto a Encélado.
A pesar de esto, los científicos reconocen que, aunque sus modelos son muy detallados y muestran distintos escenarios evolutivos para Europa, todavía se necesitan más datos para confirmar si realmente están en lo cierto o si incluso pueden estar ocurriendo otro tipo de fenómenos -como el calentamiento por mareas- que mantengan un interior más activo de lo predicho por ellos.
Sea como fuere, probablemente tengamos que esperar todavía hasta la llegada de las misiones JUICE y Europa Clipper en la próxima década para tener más datos que nos permitan conocer un poco mejor el interior de Europa y sentar si es el mundo habitable que todos esperamos o si, por el contrario, las condiciones no son tan favorables como pensábamos anteriormente.
Referencia
Kevin T. Trinh et al. (2023) Slow evolution of Europa’s interior: metamorphic ocean origin, delayed metallic core formation, and limited seafloor volcanism. Sci. Adv. doi: 10.1126/sciadv.adf3955
Publicado originalmente Cuaderno de Cultura Científica.