Javier Lillo Ramos, Universidad Rey Juan Carlos y Paula Lillo Aparici, Universidad Rey Juan Carlos
Parece existir una relación entre la incidencia mortal de COVID-19 en algunas regiones –como Lombardía y Madrid– y los altos niveles de contaminación y baja calidad del aire. Los resultados de los primeros trabajos publicados sugieren que la exposición prolongada a contaminantes en fase gaseosa o al particulado presentes en el aire influye en su tasa de mortalidad.
Cabe esperar que la exposición a otros contaminantes, y no solo en los entornos de grandes ciudades, pueda también influir en el desarrollo de la enfermedad.
En ese contexto, se ha de prestar especial atención a los llamados contaminantes emergentes –aunque realmente deberíamos hacer referencia a ellos como contaminantes de preocupación emergente–, objeto de gran atención en las últimas décadas.
Se ha detectado la presencia de estos compuestos de forma ubicua en diferentes ambientes que antes no eran monitorizados con este fin. Muchos de ellos suponen un riesgo para la salud humana al causar efectos como una mayor resistencia bacteriana o alteraciones en el sistema endocrino.
Productos farmacéuticos y de cuidado personal
Entre los contaminantes emergentes se encuentran los productos farmacéuticos y de cuidado personal, también denominados PPCP (de Pharmaceuticals and Personal Care Products). Este grupo incluye un gran número de sustancias como medicamentos, cosméticos, fragancias, protectores solares y productos de higiene personal, suplementos nutricionales, etc.
Estos productos han sido y son utilizados intensivamente y su consumo está aumentando, factor que hace que sean muy persistentes en el medioambiente.
Los productos farmacéuticos son compuestos especialmente diseñados para tener efectos sobre microbios, procesos hormonales o tejidos vivos. Por eso van a tener un efecto toxicológico muy significativo en los organismos.
Aunque los PPCP aparecen en cantidades relevantes en las aguas residuales urbanas, los tratamientos de las estaciones depuradoras de aguas residuales convencionales no son capaces de retirarlos de una forma eficiente. Así, permanecen en las aguas de vertido o en los lodos de la depuradora.
Al no ser eliminados, estos productos biológicamente muy activos pasan a las aguas superficiales y subterráneas y a los suelos, entrando en contacto con los organismos.
Por ejemplo, gran parte de los medicamentos administrados tanto a personas como al ganado no son asimilados y son excretados con las heces o la orina. O en el peor de los casos, transformados en otras sustancias diferentes o metabolitos que pueden ser aun más nocivos que los compuestos originales.
Entre los efectos de los PPCP con una mayor incidencia en la salud humana, hay que incluir las alteraciones en el sistema endocrino –incluyen esteroides– y los daños en el material genético.
Por otra parte, la presencia de antibióticos en el medio causa una mayor resistencia de las cepas bacterianas, lo que aumenta nuestra vulnerabilidad a infecciones provocadas por bacterias.
Algo similar ocurre con la presencia de fungicidas sanitarios y antimicóticos, que da lugar a una mayor resistencia a tratamientos y con ello, a una mayor prevalencia de infecciones fúngicas.
Igualmente, la presencia de antirretrovirales –que puede ser significativa para determinadas enfermedades en algunas zonas– en las aguas también puede tener efectos negativos al generar una mayor resistencia de las cepas de virus a los tratamientos.
La gran amenaza de los disruptores endocrinos
Además de los PPCP que causan alteraciones endocrinas, hay aditivos como el bisfenol A o los ftalatos, utilizados como aditivos plastificantes en muchos productos y ya objeto de una estricta regulación en algunos países, que también están presentes en aguas residuales y suelos.
Estas sustancias constituyen el grupo de los llamados disruptores endocrinos (EDC, por Endocrine Disrupting Chemicals), que provocan interferencias en el sistema endocrino.
Hay otros compuestos de naturaleza muy diversa a los que está expuesta la población –algunos ya prohibidos o regulados– que también tienen esos efectos disruptores: los bifenilos policlorados, el ácido perfluorooctanoico, las dioxinas, el benzopireno, componentes de productos domésticos ordinarios, etc.
Los EDC aumentan el riesgo de desarrollar otros problemas de salud además de los causados en el sistema endocrino, como alteraciones en el sistema inmune y problemas autoinmunes, enfermedades cardiovasculares (hipertensión, infarto), asma y enfermedades en el sistema nervioso.
Nanopartículas y nanotoxicología
El empleo de nanopartículas artificiales se ha incrementado notablemente en los últimos años. Se utilizan en una gran variedad de ámbitos, desde la fabricación de productos industriales y cosméticos a aplicaciones ambientales e incluso medicamentos y alimentos.
La gran variedad de la naturaleza de estos materiales hace que sus efectos toxicológicos –directos e indirectos– sean muy diversos y todavía poco conocidos.
Entre sus consecuencias estudiadas en animales, se incluyen el estrés oxidativo, posibles alteraciones adversas en el sistema inmune, enfermedades pulmonares, alteraciones y disfunciones hormonales, trastornos en el desarrollo, trastornos en el metabolismo, genotoxicidad, etc.
Vulnerabilidad a enfermedades infecciosas
Muchos de los contaminantes emergentes afectan directamente a la salud o al sistema inmune. Algunos de ellos también pueden provocar cambios notables en la resistencia bacteriana, fúngica o vírica, además de alteraciones en otros organismos que afectarán a la salud de la población. Todo ello contribuye a aumentar la vulnerabilidad frente a enfermedades infecciosas.
Hay varios factores que contribuyen a aumentar la exposición a estos contaminantes:
- El incremento, en la mayoría de los casos, del uso o consumo de estas sustancias.
- El aumento de la presencia y persistencia de muchos de ellos en suelos y aguas, muy condicionada por la entrada continuada de estos compuestos en las diferentes matrices ambientales.
La gran variedad de sustancias hace inviable –o muy difícil– la implementación de tratamientos de residuos o de remediación y depuración eficaces, al menos a corto plazo. A la vez que se investigan y desarrollan tecnologías para enfrentar este problema, es fundamental reducir, en la medida de lo posible, el uso de estas sustancias y con ello su presencia en el medioambiente.
Javier Lillo Ramos, Profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global, Universidad Rey Juan Carlos y Paula Lillo Aparici, Investigadora predoctoral, Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.