Lorenza Coppola Bove, Universidad Pontificia Comillas
La interacción de los sistemas biológicos lleva al hombre a enfrentarse con parásitos y enemigos tan microscópicos como agresivos. La enfermedad y la fragilidad del cuerpo, aparte de ser un hecho biológico, son la esencia del ser humano. La caducidad de la vida humana ha sido interpretada por los poetas y los filósofos del pasado. Todos los seres vivos mueren, y nosotros no podemos ser menos.
Las enfermedades infecciosas, producidas por microorganismos, son la principal causa de muerte en el mundo. Aunque no lo sean en las sociedades avanzadas de hoy, siguen siéndolo en términos globales. Nuestra especie nació en África hace 200 000 años. A pesar de la falta de fuentes historiográficas escritas, sabemos con seguridad que las enfermedades infecciosas no fueron excepcionales en la historia temprana del Homo sapiens.
¿Cómo es posible conocer este tipo de información antes del invento de la escritura (3100 a. n. e.)? Los antropólogos podemos obtener información mediante el análisis de huesos humanos, sin tener que recurrir a los poderes de los oráculos y de los druidas. Para hacernos una idea, es posible distinguir el esqueleto de un varón del de una mujer porque ambos presentan caracteres que los distinguen. También hacerse una idea de la actividad que un individuo solía hacer durante su vida. Los estudios moleculares en los huesos nos permiten conocer la dieta y el origen geográfico. Estudiar los huesos humanos no solo resulta útil desde el punto de vista anatómico, sino también para conocer nuestra historia y poder hacer previsiones sobre nuestro futuro. Analizar los restos esqueléticos antiguos nos permite conocer el origen de una determinada enfermedad, su transmisión, su distribución preferente en el organismo, la evolución de la respuesta inmunitaria. También saber los factores que contribuyeron al fallecimiento de las víctimas, como algún déficit alimentario o las condiciones higiénico-sanitarias. Desde esta perspectiva, los huesos de las poblaciones del pasado se pueden comparar con los grandes clásicos de la literatura: leerlos significa escuchar una historia siempre interesante y novedosa.
Enfermedades infecciosas en el esqueleto
No todas las enfermedades que afectan al ser humano dejan huellas en sus huesos. Algunas atacan directamente al hueso y suelen ser causadas por patógenos que invaden el organismo tras una fractura expuesta o una herida profunda. Otras atacan preferentemente otros órganos, como en el caso de la tuberculosis (de tipo pulmonar). Aun así, pueden extenderse hacia otras áreas del organismo y dejar huellas en los huesos, sobre todo si se trata de procesos crónicos que llevan mucho tiempo debilitando al individuo. A pesar de eso, no todos los esqueletos de las personas afectadas presentarán marcas correlacionadas con enfermedades infecciosas. Normalmente, si la enfermedad lleva al individuo a una muerte rápida no queda registrada la huella de esa enfermedad en los huesos. Es un tejido lento en reaccionar y la infección se cura o acaba con la muerte del sujeto en poco tiempo antes de dejar su marca. En caso contrario, si la enfermedad ha causado una lucha prolongada, es probable que se pueda observar algún rastro típico. No todas las infecciones dejarán su marca en los huesos. Algunas atacan solo a los tejidos blandos, como la peste, pero el análisis molecular nos puede guiar hacia un diagnóstico correcto. Es posible observar caracteres que nos ayuden a apreciar la alteración padecida por el individuo (fragilidad de los huesos, porosidad marcada).
El ‘Homo sapiens’ y las pandemias
Existen momentos de la historia en los que una determinada enfermedad se hizo más prevalente y amenazó a la sociedad. Son eventos que dejaron marcas profundas en los sectores económico, social, demográfico y artístico. Y, por supuesto, en los huesos. La peste de Atenas (siglo VI), la peste en Europa (siglo XIV), las epidemias de cólera (siglo XIX), la llamada gripe española –la más devastadora de todas– y el moderno SARS-CoV-2 son solamente algunos de los ejemplos más relevantes. Estos eventos son conocidos por su número de víctimas y por el profundo temor que dejaron en las poblaciones, que tuvieron que enfrentarse con enemigos más peligrosos y letales que cualquier conflicto bélico. A estos capítulos tan oscuros de la historia humana pertenecen obras de arte que retratan el Triunfo de la Muerte y la invención de leyendas y criaturas monstruosas para intentar explicar la considerable pérdida de vidas humanas y el terror que provocaron.
En este sentido, las figuras que más destacan en la tradición popular son los vampiros. Sus rasgos –los dientes afilados, las uñas largas, su cutis pálido– pueden asemejarse a una precisa fase de la descomposición de un cadáver. El estudio del material esquelético perteneciente a fosas comunes del siglo XIV ha permitido observar que la pandemia de peste –causada por la bacteria Yersinia pestis– cambió la apariencia y el cuadro demográfico de la población europea. No solamente desde el punto de vista numérico, sino también desde el genético. Es probable que las pandemias hayan contribuido a la evolución del ser humano. El lector puede pensar en la sensación de miedo y desconfianza que caracterizó la población europea durante la epidemia de peste. También en el estigma social que afectó a los homosexuales tras la difusión del sida.
Una mirada hacia el futuro
En los años cuarenta del siglo XX se descubrieron agentes antibióticos, que atacan y vencen a las bacterias, pero aún no se ha encontrado una medicina eficaz contra los virus. Seguimos igual que hace cinco mil años. El mundo científico se centra en la higiene y las vacunas. Conocer el origen y la evolución de un agente responsable de una enfermedad infecciosa es importante para prever su desarrollo, su difusión en la población y las consecuencias para el mundo desde los puntos de vista demográfico, genético y evolutivo. Todo esto sin olvidar los aspectos económicos, políticos y sociales. Mientras no se descubra cómo atacar a los virus siempre irán por delante. Nos amenaza otra pandemia diferente. No es de naturaleza bacteriana ni vírica, aunque sí se puede considerar infecciosa en cierto modo: el estrés, la falta de empatía, las relaciones humanas favorecerán la alienación individual y de grupo, con la distorsión de las herramientas básicas de la socialización, imprescindibles en los humanos como primates que somos. Corremos el peligro de emular a las situaciones de la famosa novela de Orwell.
Lorenza Coppola Bove, Profesora de Antropología Forense, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Join @niboe on Telegram