Aseguraba David Noble, un famoso historiador crítico estadounidense, que la ciencia y tecnología en nuestra época, se han convertido en una especie de religión donde a fuerza de fábulas, leyendas, mitos y, sobre todo mentiras, se pretendía fundar toda posible discusión sobre sus alcances, principios, fines, efectos y supuestos beneficios que traerían para todas y todos.
La fe en esta religión ha popularizado e impulsado, una serie de cultos tecnológicos vanguardistas, entre los cuáles destaca el de la llamada ‘Inteligencia Artificial’ (IA). Sus poderosos y multimillonarios promotores –que van desde Elon Musk, Blackrock, hasta el Pentágono- argumentan que existe la posibilidad de crear máquinas y simulaciones que son capaces de ‘matar’ ‘pensar’, ‘aprender’, ‘crear’, y ‘resolver’ con su inteligencia -similar o idéntica a la de un ser humano- los más diversos problemas que se le presenten, pero también, proclaman las maravillosas virtudes que nos depara, si la adoptamos a una escala ampliada.
¿Hasta qué punto esto es cierto? ¿No estamos siendo víctimas —otra vez— de un descarado engaño? En este artículo, se pretende exponer cinco claves básicas —no las únicas, ni todas— que dan señales críticas frente a las interrogantes planteadas. Develar la IA, en medio de una época de fundamentalismos religiosos-tecnológicos, puede ser una tarea ardua; pero suficiente ingenio y experiencia tiene la humanidad, para abrigar fundadas sospechas sobre las ‘virtudes mágicas’ que ésta declama.
Clave 1. La Inteligencia Artificial no es uno de los objetivos más ambiciosos de la ciencia, es una opción tecnológica impuesta
En reconocidas ocasiones, científicos, políticos, empresarios e investigadores entusiastas de las tecnologías ‘inteligentes’ o de Inteligencia Artificial (IA), han manifestado que producir inteligencia humana —o algo similar— por medio de algoritmos y artefactos tecnológicos (máquinas, robots) es uno de las más grandes objetivos planteados en la historia de la ciencia que se encuentra, a la par, del descubrimiento del origen de la vida o del universo.
Estas declaraciones grandilocuentes, sin embargo, evidencian muchos elementos fundantes del mito tecnológico de la IA. A primera vista, parece apriorístico y arbitrario que se haga una afirmación de ese tipo: ¿por qué es la creación y simulación de inteligencia humana mediante IA, uno de los objetivos más ambiciosos de la historia de la ciencia? ¿De cuál ciencia es éste ‘uno de los objetivos’ más importantes?; ¿aquella de las grandes corporaciones multinacionales, o la que se orienta ‘bajo fines sociales’ como diría Einstein?
Realmente, se trata aquí, de la imposición de una opción tecnológica a escala global, tal cuál como ocurrió con la energía nuclear, la revolución verde, o las actuales Tecnologías de la Comunicación e Información (TCI), por parte de grupos empresariales, científicos y Estados capitalistas interesados en su explotación política, económica y militar.
Hoy, son patrocinantes de la IA, empresas multinacionales, industrias e instituciones de ‘filantropía’ tan variadas como la Bill & Melissa Gates Foundation, la Lockheed Martin, BlackRock, o la propia UNESCO; también la Unión Europea, Estados Unidos, Corea del Sur, China y Rusia, principalmente ¿Qué extraño interés repentino, por los neutrales objetivos de la ciencia?
Lo subyacente en todo este asunto, no es el avance de la ciencia para sí misma, de manera autorreferente y desinteresada, sino una batalla poderosa entre los países del capitalismo desarrollado, por una tecnología que se cree va a gobernar el futuro de la humanidad. Los objetivos y fines de la IA —así como de cualquier otra tecnología- están definidos por las aspiraciones de sus promotores y los rangos de prioridad que éstos, establecen para los distintos problemas de la humanidad.
En este sentido, es más beneficioso para la ciencia construir un robot caminante de dieciocho metros de altura en Japón, destinando una ingente cantidad de recursos de investigación, financieros y de infraestructura, que disminuir los índices de pobreza global y desigualdades sociales mundiales o, también, construir mejorados Killer Robots dotados de mayor capacidad de ‘aprendizaje’ (Machine Learning) para destruir objetivos en países invadidos, que aportar avances significativos en la cura de enfermedades endémicas de éstos. Cuándo, en la agenda de los ‘grandes objetivos de la ciencia’ se encuentra la IA, parece que hay mucha similitud con los objetivos empresariales, políticos, culturales y militares de ciertos bloques del poder capitalista global.
Clave 2. La inteligencia humana no se puede racionalizar en modelos lógicos, abstractos, o heurísticos
Esta segunda clave, revela otra característica importante del mito de la IA, y es que, aún hoy, existe la percepción de que la inteligencia humana puede ser ‘modelada’ abstractamente, por medio de algoritmos, matemáticas y/o lenguaje lógico-formal de distintas ciencias; pero, ante estas pretensiones, saltan a la vista distintas interrogantes: ¿cómo se puede racionalizar abstractamente una emoción o la ética?, ¿cómo se formaliza el proceso creativo del genio humano en un modelo heurístico?, ¿cómo un algoritmo puede imitar la fisiología de la inteligencia humana?, ¿cómo puede ‘producirse’ y ‘re-producirse’ ésta, abstractamente, si una de sus condiciones fundantes, es la existencia de una sociedad humana dónde se pueda desarrollar?
Estos empeños de la IA en aprehender mediante modelos abstractos la inteligencia de los seres humanos, son muy parecidos a los intentos biologicistas por ‘descubrir’ el gen que supuestamente nos hace ‘egoístas por naturaleza’: simplemente son errados, por ser unilaterales y cientificistas, pero además, dejan por fuera muchos descubrimientos que las propias ciencias han realizado, sobre la complejidad, características y multiplicidad de elementos que definen nuestra inteligencia.
Pero esta idea no es nueva. Antes de Descartes, existían intentos por lograr una máquina que ‘pensara’, pero fue éste, a mediados del siglo XVI, quién formuló en clave moderna, la concepción de que la inteligencia humana es un proceso fundamentalmente intelectivo o abstracto. La ‘máquina que razona’ cartesiana, podía ser construida utilizando las matemáticas o el lenguaje lógico. Esta herencia, se trasladó hasta el siglo XX, y la conseguimos formalizada en dos hitos importantes, uno, en la década de los cincuenta y, el otro, desde el famoso Boom de la IA en los 70’s.
Con su cartesianismo solapado, fue el matemático británico Alan Turing (1950), quién formuló la idea contemporánea de un ‘autómata’ o ‘máquina pensante’ y un famoso Test o Prueba, para comprobar sí, al menos, sus respuestas a ciertas preguntas podían no ser diferenciadas por un interlocutor humano. El otro hito, ocurre cuando Allen Newell y Herbert Simon en 1975, exponen la hipótesis de los Sistemas de Símbolos Físicos (SSF) como un axioma central de la IA, argumentando, básicamente, que las ‘redes neuronales’ que posibilitan nuestra inteligencia, pueden ser modeladas abstractamente, mediante entidades, relaciones, estructuras y procesos de distinto tipo.
En el lenguaje de los expertos de IA, a los modelos inspirados en el axioma Newell-Simon, se les conoce como modelos de tipo simbólico no corpóreos. Pero hasta ahora, ninguna tecnología de este tipo, ha producido inteligencia humana o comportamientos verdaderamente ‘inteligentes’. Que un computador sea una herramienta para calcular o un móvil pueda realizar múltiples tareas, -para los cuáles existen aplicaciones especialmente diseñadas-, no implica, en modo alguno que los artefactos y sus algoritmos sean ‘inteligentes’.
Comprender que la ciencia tiene sus límites y que la inteligencia humana, es mucho más que conceptos y razonamiento abstracto, es de sumo importante para entender la imposibilidad de aprehenderla totalmente con algoritmos o matemáticas.
Clave 3. Lo inorgánico no puede crear inteligencia orgánica
Otra clave para develar los mitos de la IA, es algo que parece muy lógico y sencillo de entender. Hasta ahora las investigaciones en IA, no han logrado dar con un átomo de inteligencia humana, que brote de un circuito electrónico o de las ‘tierras raras’ con que se fabrican –en gran parte- las piezas, partes o componentes de los artefactos tecnológicos de esta industria.
Y es que, simplemente, no se conoce la fórmula alquímica precisa, para insuflar inteligencia en elementos inorgánicos. Al carecer de cuerpo, es decir, de una corporalidad orgánicamente constituida y, además, bajo las condiciones biológicas de los seres humanos, es imposible que la IA logre realmente producir ‘inteligencia’.
Pero esta condición biológica básica, ha sido ignorada por los promotores de la IA y, en una actitud de temeridad, desde hace algún tiempo, viene creando modelos corpóreos ‘inteligentes’ que buscan sustituirla. La capacidad sensorial y motora, de la cuál “basamos una gran parte de nuestra inteligencia”, es sustituida por ‘organos biónicos’, robóticos y/o artificiales, capaces de cumplir funciones especificas para dotar, con mayores datos y elementos, al sistema central que procesa, ‘razona’ y es capaz de tomar ‘decisiones’ inteligentes.
Esta mentira, es una de las vías tecnológicas que se ha tomado, para sortear –supuestamente- las dificultades que representa la racionalización de la inteligencia humana, mediante modelos simbólicos de IA, como se expuso en la clave anterior. Pero los devotos alquimistas de la IA, aún creen que su fantasía realmente puede conquistarse ¿qué piensas tú al respecto?
Clave 4. La IA no toma decisiones ‘inteligentes’ y también se equivoca
Es común también escuchar, en la jerga de los entusiastas de la IA, que los algoritmos, robots y demás artefactos tecnológicos que produce esta industria, son capaces de tomar decisiones inteligentes y, además, sin los altos niveles de error que caracteriza a los seres humanos, ¿será esto cierto? ¿puede un algoritmo tomar decisiones? ¿nunca cometen errores?
Con respecto a la primera pregunta, existe una fuerte discusión. En su libro “Armas de destrucción matemática”, la autora Cathy O’ Neil, señala como un verdadero peligro, que cada vez más son los algoritmos de IA, los que ‘deciden’ quién puede tener acceso a un crédito bancario, a la universidad o, incluso a otro tipo de servicios; pero afirmar esto, obliga a pensar que una decisión, es una elección consciente entre opciones muchas veces excluyentes, que tiene una finalidad, sentido y genera repercusiones ponderables, tanto individual como socialmente, en los más diversos órdenes, desde la ética, la economía, la política, y que ningún compendio de líneas de código, máquina u artefacto tecnológico, puede lograr comprender.
El algoritmo de IA no tiene un fin particular en excluir a nadie del crédito bancario o de la universidad, pues, una máquina no tiene intenciones, fines ni intereses éticos, políticos, económicos o militares per se. Simplemente se ha ajustado a un conjunto de parámetros que, de acuerdo a ciertas operaciones comparativas y de análisis de datos, han sido implícitamente estructuradas por sus fabricantes. Quién toma la decisión ‘inteligente’ de excluir a priori al ciudadano pobre, del acceso al crédito y a la universidad, es la banca y el sistema privado universitario, no el algoritmo; éste, más bien, confirma desgraciadamente la instrucción.
Son múltiples los casos donde se denuncian ‘sesgos’ en las aplicaciones de IA en el momento de ‘tomar decisiones inteligentes’. Se ha reconocido, por ejemplo, el racismo de alguna de éstas, pero también, que se equivocan con frecuencia. Los resultados de algoritmos de reconocimiento facial, no parecen tener mucho éxito cuándo de sospechosos se trata y pueden incriminar a personas inocentes. Tampoco parece completamente acertado, fiarse en los resultados de la IA cuando se trata de diagnósticos médicos delicados, no prescritos por profesionales humanos.
La creencia popular, impulsada por el multimillonario entusiasmo de sus promotores, de que la IA toma decisiones inteligentes e infalibles, es un elemento más del mito tecnológico que es menester develar. Pero esto parece tan grave, que sus consecuencias no están del todo previstas.
Clave 5. Las tecnologías de la IA, han tenido efectos muy perjudiciales sobre la humanidad y su tendencia es a agravarse
Los beneficios de una tecnología, siempre son enfatizados por sus promotores haciendo caso omiso de los daños y riesgos que al corto, mediano y largo plazo generan para la humanidad y el ecosistema. Muchas veces, ni siquiera logran estar completamente previstos.
Pero el sol no se puede tapar con un dedo: a pesar, de que los sumos pontífices de la IA erijan sermones de alago sobre sus beneficios, esta tecnología ha generado –y va a seguir agravando- un conjunto de efectos, resultados y consecuencias en el orden político, ético, económico, militar, cultural y natural, que deben detenerse. Para muestra, tres botones.
El principal campo de investigación de la IA, no es para ‘el bien’, sino para sus aplicaciones en las artes y ciencias militares. Desde los Sistemas de Armas Autónomos Letales (SAAL) “capaces de seleccionar y eliminar objetivos sin un control humano significativo”, hasta sus aplicaciones en el análisis y control de la información y el ciberespacio, parece que las grandes compañias armamentísticas, los Estados y sus ejércitos y agencias de seguridad, tienen mucha voluntad en el desarrollo de las tecnologías de la IA.
Pero también se ha demostrado que los algoritmos de psicometría y análisis de datos, basados en IA, pueden ‘inducir’ a poblaciones enteras, a tomar ciertas posturas favorables por tal o cuál propuesta, por tal o cuál candidato, en una contienda electoral. Es el caso de Cambridge Analytica y las anteriores elecciones estadounidenses que dieron por ganador al magnate Donald Trump. Esto no es para nada nuevo, pues, las democracias liberales burguesas, han contrarrestado su agotamiento histórico, por la vía de la manipulación generalizada, sólo que ahora se logra sofisticar con las redes sociales, y la IA.
Otro efecto controvertido de la IA, es sobre el futuro del trabajo y el empleo. La creciente robotización y mejora de la automatización, en fábricas y empresas de servicios, se estima puede acarrear la pérdida de 400 millones de empleos en todo el planeta, para el año 2030. Estas cifra, es realmente aterradora cuándo se le compara con la crisis económica capitalista del 2008 o la acelerada por el coronavirus.
También es menester prestar atención, a los efectos ambientales que producen las tecnologías de IA. No sólo porque hoy sabemos que la ‘inmaterialidad’ de un algoritmo, para procesar cualquier dato, genera contaminación ambiental, sino porque además, para la fabricación de robots y demás artefactos tecnológicos de IA, hacen falta recursos naturales que explotar en los más diversos confines del planeta. Estos aspectos, necesitan seguir siendo investigados y estudiados concienzudamente, para dar cuenta de los efectos al corto, mediano y largo plazo, de los efectos de la IA sobre los ecosistemas.
Conclusión
Las cinco claves expuestas, no dan más que un abrebocas para continuar develando, críticamente, los mitos tecnológicos que se esconden bajo el culto de la IA. A nuestro parecer, la inteligencia artificial no es realmente inteligente, ese es un hecho que se puede constatar tanto en los resultados de la IA débil o específica, como en la fuerte o general (como dicen los expertos).
Existen límites biológicos, antropológicos, éticos, científicos y tecnológicos que ésta no puede superar, en su empeño de producir un átomo de inteligencia humana en artefactos inorgánicos y modelos abstractos. Muchas veces, gustamos dar a las cosas propiedades que no tienen, porque lo deseamos, tal cuál como los alquimistas con el plomo. Se trata de un auténtico fetiche tecnológico del capitalismo tardío, que no puede convertirse en oro.
Cuándo un algoritmo o robot, escriba una contranovela como Rayuela, sea capaz de crear teorías físicas revolucionarias como la de Einstein o, simplemente, pueda tomar la decisión consciente –con su postura ética implícita- de parar un bombardeo a unas aldeas palestinas en Gaza, quizá se le puede conceder el beneficio de la duda sobre su ‘inteligencia’. Pero solamente eso, nunca más allá.