Como hay hombres-hiena y hombres-pantera,
yo seré un hombre-judío
un hombre-cafre
un hombre-hindú-de-Cálcuta
un hombre-de-Harlem-sin-voto
el hombre-hambruna, el hombre-insulto, el hombre-tortura
podríamos atraparle en cualquier momento
molerle a golpes -y perfectamente matarlo-sin tener
cuentas que rendir ante nadie sin tener disculpas
que presentar ante nadie
Aimé Césaire. Cuaderno de retorno a la tierra de origen
El 25 de Mayo en Mineápolis, Estados Unidos, es asesinado George Floyd, el enésimo ciudadano afroamericano víctima de la violencia racial. El oficial blanco Dereck Chauvin, ejecutor material del crimen de odio, asfixió, presionando con su rodilla en el cuello, a un Floyd sometido en el piso. El grito desesperado “I can’t breathe, I can’t breathe”, fueron sus últimas palabras, pero éstas, se han transformado en masivas protestas que exigen detener los crímenes de odio, la brutalidad policial, las desigualdades y discriminación racial. Su lema central, evoca el espíritu de rebelión negra del filósofo y psiquíatra martiniqués Frantz Fanon: “We revolt because we can’t breathe”.
Estados Unidos arde; los blancos racistas y su Estado tiemblan, y el mundo mira atentamente el desenvolvimiento de los hechos. Desde las jornadas por los derechos civiles de 1967, conocidas como el Long Hot Summer, o en el período de integración de los afroamericanos a las escuelas públicas en estados segregacionistas -por el año 1960- no ha existido un despliegue popular ni militar tan amplio en suelo estadounidense. Al parecer, Dereck Chauvin, encendió la pólvora de una espiral de sucesos que no esperaba desatar; en su infortunio, ha puesto en la cabeza de la humanidad dos preguntas reveladoras: ¿es posible entender, racionalmente, el abominable crimen de odio cometido contra George Floyd? ¿es posible entender las causas, formas y medios del racismo en nuestras sociedades y, especialmente, en la estadounidense?
Un análisis crítico o radiográfico del asesinato de Floyd, sobre los planos conceptuales, históricos y políticos del racismo, es el método más fiable para develar las respuestas a las citadas interrogantes. Éstas, no son imparciales, pero sí verdaderas: están del lado de George, de los afroamericanos, y del clamor fanoniano del We revolt!, que marcha por Washington, Chicago, Los Ángeles o New York y también se esparce por Europa.
George Floyd como una radiografía conceptual del racismo
Soy George Floyd, un afroamericano, un hombre, un ser humano; para los blancos racistas y sus instituciones, yo no soy: me dicen ‘nigger’ en Mineápolis, ‘noir’ en París, ‘negro’ en Sao Paulo…no soy humano, no soy el Otro; para ellos, soy una bestia, un esclavo, una amenaza biológica; por eso, como expresa Aimé Césaire, puedes matarme sin rendir cuentas ¿no es legítimo, entonces, que Dereck Chauvin lo haya hecho?
Esta división artificial entre la humanidad de unos y la no-humanidad de otros, entre el ser y el no-ser, es el fundamento conceptual de todo racismo. Todo discurso racista es, antes que nada -según Frantz Fanon- una clasificación, por encima o por debajo de la línea de lo humano, de los distintos sujetos o grupos étnicos, religiosos, o raciales, que componen una sociedad determinada.
El racismo destruye, socava y cuestiona la condición de humanidad de ciertos sujetos y grupos sociales. En este sentido, va delimitando dos zonas claramente diferenciadas: por encima de la línea, dónde se hallan los que tienen una humanidad reconocida y, por debajo, dónde están lo sub-humanos o no humanos, aquellos animales que no son reconocidos en su humanidad. A estas áreas diferenciadas, se les conoce como la zona del ser y la zona del no-ser.
¿Cuáles son los criterios para clasificar a los sujetos en ambas zonas? El enfoque del racismo tradicional nos habla del racismo por color de piel -como en el caso de George Floyd- sin embargo, la racialización, marcaje o clasificación de los sujetos en la zona del no-ser, puede también ocurrir por caracterísiticas étnicas, religiosas, lingúisticas o culturales de éstos. Por consiguiente, no existe sólo el llamado ‘racismo antinegro’, también existe el racismo antimusulmán, antiinmigrante, antichino, antipalestino, antiindígena, incluso, el prevaleciente entre poblaciones que tienen un mismo color de piel, como el caso de lo ingleses y los irlandeses.
Esta cuestión, es supremamente importante para comprender, que los sujetos racializados -por cualquier tipo de marcaje- en la zona del no-ser, al no tener humanidad reconocida, viven de manera exacebarda las opresiones de clase, género, sexualidad, las desigualdades políticas, económicas, sociales y culturales de esta civilización moderna/capitalista, a diferencia del privilegio racial existente en la zona del ser.
Los sujetos racializados tienen derechos humanos restringidos, parciales o simplemente, no los tienen, en materia civil, laboral, judicial, entre otros; cuándo se rebelan, son tratados con violencia ¿no es el caso de George Floyd y la situación de los afroamericanos e inmigrantes en Estados Unidos, una afirmación de lo dicho?
Es también relevante decir, que el no reconomiento de la humanidad de los sujetos racializados en la zona del no-ser, no sólo implica -como dicen los bipolíticos- la negación de sus cuerpos, sino también el aniquilimiento, inferiorización y/o destrucción de sus formas políticas, económicas, culturales, espistémicas, lingüisticas y religiosas, así como sus identidades, y demás subjetividades. Por eso, el racismo, debe ser entendido fundamentalmente, como una relación de poder con sustrato implícito de opresión y dominación, entre los sujetos de la zona del ser, y los de la zona del no-ser.
En el mismo sentido, el racismo es institucional o no lo es, es decir, que se instrumentaliza a través de dispositivos formales de los Estados, leyes, códigos, ejércitos, polícias, como también por otros no formales como el lenguaje, la mediática, u otros. De esta manera, el racismo no es un fin en sí mismo, es uno de los medios que posibilita, engrana, permite, y da coherencia a unos objetivos políticos-económicos bien determinados.
Por eso, cuando Dereck Chauvin comete el crimen de odio contra George Floyd, no sólo lo mata, sino que afirma, en lo concreto, una relación de poder racial históricamente construida por los blancos anglosajones burgueses, que se puede rastrear desde la propia fundación de Estados Unidos. La polícia es el dispositivo institucional del Estado que lo asesina. George Floyd, esta en la zona del no-ser, es el nigger de Mineápolis con humanidad negada. Pero George Floyd, además, está abajo en la jerarquía de superioridad/inferioridad. No obstante, George es un afroamericano desempleado, con derechos precarios, sin seguro médico… es un sujeto racializado sin privilegio racial, lanzado violentamemte al sacrificio por el poder blanco en medio de la pandemia del COVID-19. Como él, los afroamericanos son los que están llevando la peor parte. Esta es la verdadera radiografía conceptual del crimen de odio contra George Floyd.
George Floyd como una radiografía histórica del racismo
¿Tienen algo que ver Aristóteles, Santo Tomás de Aquíno y San Agustín con lo ocurrido en Mineápolis? ¿que relación tienen Colón, Ginés de Sepulveda y Bartolomé de Las Casas, con George Floyd y Dereck Chauvin? ¿están John Locke, Hegel y Nietzche implicados como autores intelectuales de este crimen de odio? Una radiografía histórica del racismo y, en específico, de la evolución de sus discursos puede esclarecer las respuestas a estas preguntas.
El racismo, históricamente, se inicia a partir del año 1.492, con la expansión colonial europea sobre América, en los momentos de génesis o constitución de la llamada modernidad temprana. Es un producto originario de la civilización moderna/capitalista que nace entre el siglo XV y XVI español ¿esto significa que antes de esta fecha no existía racismo? Pues no, en un sentido estricto, lo que existían eran discursos ‘protoracistas‘ que son eslabones primarios de los modernos discursos racistas.
El protoracismo se diferencia del racismo, en que no niega la humanidad de los sujetos oprimidos o diferenciados. Son discursos como el de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, o San Agustín de Hipona, que hacen una diferencia entre ‘amos y esclavos naturales’, entre ‘fieles e infieles’ pero nunca niegan la condición humana de éstos. Fundamentados en divisiones naturales, religiosas, étnicas o cualquier otra, crean órdenes de humanos diferenciados.
Estos tres autores son paradigmáticos, por su influjo para el discurso racsita de la modernidad temprana, que se inicia a partir de 1.492. Aquí, tenemos un hito iniciador con Colón, cuándo escribe en su diario lo siguiente: “Ellos andan todos desnudos como su madre los parió…Y yo creí y creo, que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos deven ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dizen todo lo que les dezía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían”.
Estas palabras de Colón, tomadas al pie de la letra, implicaron en el imaginario de dominación cristiano de la época, preguntarse sobre la condición humana de los indios y negros. Los que no tienen ‘secta’, fue entendido como ‘aquellos que no tienen religión’ y, quién no la tiene, no es humano, no tiene alma. Pero esta situación, representaba para el Estado imperial/colonial español, un debate que remitía directamente a la legitimidad de la colonización: ¿es pecado a los ojos de dios esclavizar, matar, robar y saquear -como en efecto fue lo ocurrido- a estos indios y negros?
Este debate, fue saldado finalmente en el año 1.550 en la llamada Junta de Valladolid. Dos filósofos/teólogos españoles de la época, enfrentaron sus argumentos: el escolástico Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas. El primero, defendía la tesis de la no humanidad del indio y el negro: eran seres sin alma que debían ser dominados por la fuerza, para liberarlos de su llamado ‘salvajismo‘. Su justificación, se basaba en una visión maniquea de Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás. Al contrario, para Las Casas, los indios y negros eran culturalmente atrasados y, a la vista de dios, debián ser evangelizados. Era otra manera de comprender la colonización por medio del llamado mito del ‘buen salvaje‘.
La Junta de Valladolid concluyó con la decisión, de que los indios eran sub-humanos, no podían ser esclavizados, pero si sometidos al sistema de trabajo en las encomiendas y, además, debían ser evangelizados; el negro, por el contrario, era no-humano y debía esclavizarse. En este punto de la radiografía histórica del racismo, es que podemos entender, la implicación de todos estos filosofos y/o teológos, en la autoría intelectual del crimen contra George Floyd. Tanto el ‘indio’ como el ‘negro’ fueron los primeros sujetos racializados de la historia. Tiene toda la lógica del mundo, derrumbar las estatuas de Colón donde se encuentren.
Pero este hecho originario del racismo en el siglo XVI español, permitió inaugurar, el primer Estado racista imperial/colonial y también, dos modalidades del discurso racista que se mantienen hasta hoy: el de inferioridad biológica o natural, que fundamenta los discursos racistas científicistas desde el siglo XVIII en adelante, cuando la ciencia asume la ‘autoridad del conocimiento humano’ y, el racismo culturalista, que define a unos sujetos, poblaciones y pueblos como atrasados, inferiores, trabados, o no avanzados.
Todas las potencias coloniales europeas, España, Portugal, Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Austria, Alemania e Inglaterra, emplearon el discurso racista del siglo XVI español, haciendo sus variaciones, para legitimar sus criminales acciones de expansión colonial. Paradigmático y atrevido es el caso del filosofo político inglés John Locke, un señor esclavista, quién secularizó la dominación racial, escondiendose en el manto de los derechos humanos liberales.
En su Segundo Ensayo sobre el Gobierno Civil, Locke afirma que todo señor puede poseer la vida de otro hombre, quien por obra de sus propias acciones contra la ley natural que rige entre los hombres, alla perdido su derecho a poseerla. Él los describe como ‘bestias’ ‘leones’ o ‘fieras’ al que puede darseles ‘muerte’, ‘aniquilarseles’ o ‘mutilarseles’ si el amo así lo quiere. Es aberrante el lenguaje racista que utiliza. Por supuesto, Locke se refiere, entre líneas, a los indígenas nativos norteamericanos y a los negros esclavos. Esta racialización se irá ampliando conforme a los intereses coloniales de la burguesía británica.
John Locke es el padre filosofico/político de la Constitución de Estados Unidos (1787). Sobre sus principios doctrinarios, Thomas Jefferson encauzó la elaboración de ésta. Pero en esta radiografía, también hacen falta mencionar dos filosofos maś, G.W.F Hegel y Friedrich Nietzche. En Hegel, sobre todo en su Filosofía de la Historia Universal, es patente la inferiorización del negro y el indígena americano. Para él, el ‘negro’ es un “hombre en bruto” un ‘infante’, mientras que los indígenas, son ‘débiles’, ‘inferiores’ o ‘minusválidos’. Son sujetos anónimos, por fuera de la historia universal. Hegel es un racista culturalista, en el mejor espíritu de Bartolomé de Las Casas.
En Nietzche, encontramos también un racismo solapado, derivado de la lucha contra la emancipación humana, que es un producto de su ‘nihilismo’. Para él, en su libro de 1.888 La Voluntad de Poder, existe una ‘bestia rubia‘ que forma parte de un ideal de hombre que es superior a otros, y que forma parte de una “raza dominante que sólo puede desarrollarse en virtud de principios terribles y violentos” ¿No es Derck Chauvin esa bestia rubia nietzcheana? Pero Nietzche, también se refirió, a la supresión de la esclavitud (ocurrida en Estados Unidos durante 1.865) de la siguiente forma: “Se engaña uno, cada vez que espera ‘progreso’ de un ideal; el triunfo del ideal ha sido siempre hasta ahora un movimiento retrógrado. Cristianismo, evolución, supresión de la esclavitud, igualdad de derechos (…) sólo tienen valor en la lucha, como estandarte, no como realidades”.
Vista de esta manera, una radiografía histórica del racismo, nos permite afirmar que tenemos 470 años de este fenómeno de forma continuada. Desde el siglo XVI hasta hoy, la civilización moderna/capitalista es constitutivamente racista. A George Floyd, lo asesina este pensamiento, que va desde su forma originaria protoracista en Aristóteles, y llega hasta Nietzche. Ellos no son los únicos, pero sí los autores centrales y paradigmáticos del racismo moderno. Por eso podemos responder afirmativamente, que todos están implicados, y contribuyeron intelectualmente, con este crimen de odio.
George Floyd como una radiografía política del racismo
La historia política del racismo en Estados Unidos, debe observarse en tres sentidos principales: primero, como la evolución, reproducción, continuidad y perfeccionamiento a lo largo de los siglos, de una estructura de poder y dominación racial blanca, colonial y burguesa, heredada de su pasado colonial; segundo, como la historia del We revolt! Fanoniano, es decir, de las rebeliones y luchas de emancipación de los afroamericanos y, tercero, como un principio organizador de las bases del desarollo capitalista estadounidense. Todos estos tres sentidos, se articulan y combinan en una perfecta radiografía política del racismo, que se desprende del análisis del crimen de odio contra George floyd.
El racismo en Estados Unidos, se inicia con la expansión colonial británica sobre este territorio. Antes de su llegada, éste fenómeno no existía. El genocidio de los aborígenes norteamericanos y la esclavitud de los negros, son los hitos fundadores de este proceso que se consolida bajo el influjo de los discursos racistas traídos del siglo XVI español y, sobre todo, en el discurso racista-liberal de John Locke en el siglo XVII. Los ‘indios’ fueron asesinados, y los niggers traídos del África, fueron brutalmente esclavizados dada la escasez de ‘mano de obra’ en los campos. Los últimos, formaban la base de la economía capitalista agrícola, aún en ciernes, de las colonias.
Para evitar las rebeliones de los esclavos afroamericanos, y por el miedo que generaban en los colonos blancos, se adoptó la estructura de poder y dominación racial blanca colonial, en la que los propios británicos ya eran expertos. El racismo se empieza a institucionalizar con leyes, decretos y códigos coloniales, de maś diverso tipo, como el famoso Código Virginiano de la Esclavitud en el siglo XVII. Pero conforme avanzaba este proceso, las rebeliones de esclavos crecía. Entre el siglo XVI y XVIII, se contabilizarón más de 250 casos, con mínimo de 10 esclavos, envueltos en casos de revuelta o conspiración.
En medio de esta situación, las clases blancas estadounidenses logran, el 4 de Julio de 1.776 la independencia de la corona británica. Se redacta la Constitución de 1.787 en tintes lockianos -sin la representación de los esclavos, criados contratados, mujeres y no propietarios de tierras- que oficializa y deja intacta la estructura de dominación racial y la esclavitud de los afroamericanos, mediante la configuración de un Estado burgués moderno. Es proclamada la libertad de los hombres, pero no su igualdad. El propio Thomas Jefferson, ‘padre’ de la Constitución estadounidense, diría por 1.821, que ambas razas -la blanca y la negra- si bien deben ser “igualmente libres, no pueden vivir bajo el mismo gobierno”.
Pero en el siglo XIX el desarrollo capitalista en Estados Unidos, fue polarizandose con el crecimiento de la industrialización en el norte, mientras dejaba, a los estados del sur, las actividades agrícolas más atrasadas. Este hecho, genero contradicciones entre las clases blancas dirigentes de ambos polos de acumulación de capital y, se logran zanjar, con la famosa Guerra Civil estadounidense de 1861-1865, que ‘abolió’ la esclavitud de los ‘negros’ y es conocida como la “Emancipación”.
Hoy sabemos, que la emancipación no implicaba igualdad, porque la estructura de poder y dominio racial seguía básicamente intacta, a pesar del matiz ‘republicano’ y ‘democrático’ de su Estado. Las consecuencias de la Guerra Civil, realmente significaron para los afroamericanos: integrarse en masa a una nueva modalidad sureña de esclavismo, que se llamaban las aparcerías, es decir, granjeros negros sin propiedad de la tierra -para 1.910 eran el 67% del total-; migrar a las ciudades del Norte en condiciones de proletariado precarizado o como ejército de reserva, en competencia con el flujo de blancos pobres europeos inmigrantes, pero además, significaba una exacerbación de las miserias existentes en sus condiciones materiales de vida y la violencia racial.
Entrado el siglo XX, la segregación y discriminación contra los afroamericanos estaban a la orden del día. Para 1.900, los ‘niggers’ eran la población con mayor nivel de analfabetismo en el país (44,5% del total), no estaban escolarizados, no tenían derecho al voto, vivían totalmente desasistidos, en las peores viviendas. Pero ante estas calamidades el We revolt! fanoniano ha sido una constante de lucha.
Los afroamericanos organizan un movimiento político y contraculutural, llamado el Renacimiento de Harlem que dio ánimos y brios para una mayor organización de los ‘negros’ mediante iglesias musulmanas y protestantes, movimientos sociales y partidos políticos, que denuncian la opresión racial en Estados Unidos. Estos movimientos adquieren relevancia, y conquistan los llamados derechos civiles para los afroamericanos en los 60: el derecho al voto, el fin ‘formal’ de la segregación y discriminaciones raciales, entre otros puntos importantes. Pero el racismo continuó y respondió, asesinando o encarcelando a los principales líderes del movimiento, como Martin Luther King, Malcolm X y Angela Davis.
Desde el movimiento de los derechos civiles hasta hoy, con el crimen de odio cometido contra George Floyd y el Black Lives Matter, han transcurrido 50 años de rabia contenida, pero la estructura de poder y dominio racista blanca continua y es cada vez más peligrosa. Parece que la crisis económica capitalista del 2.008, el gobierno de Trump y el COVID-19, han exacerbado y acelerado la discriminación racial contra los afroamericanos en distintos órdenes.
De acuerdo a datos de la Southern Poverty Law Center, en el 2.019, se han registrado en Estados Unidos 940 grupos de odio. Hay un crecimiento importante de estas organizaciones, principalmente antinegros, antiinmigrantes y antimusulmanes, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. De igual forma, al menos 1/3 de afroamericanos -según la ONU- afirma haber sido víctima de violencia o discrimación racial.
En materia económica y social, un afroamericano tiene el 2,5 veces más probabilidades de ser pobre que un blanco, mientras que, además, dadas las condiciones ‘racializadas’ en las que vive permanentemente, su esperanza de vida es tres años y medio menor que la de los mismos. Por demás, los niños afroamericanos tienen una tasa de mortalidad 2,3 veces superior a la de los infantes blancos. Los ingresos de los hogares afroamericanos, son notablemente más bajos que la de los hispanos y blancos, mientras que, la tasa de desempleo de esta población racializada es 2,3 veces superior a las de la raza blanca.
Pero además de estas estadísticas aberrantes, el COVID-19 ha golpeado muy fuerte a los afroamericanos: en ciudades como Chicago, del total de muertes por el virus, 68% son ‘negros’, cuándo estos son el 30% de la población de la urbe; así mismo, cuestión que es causa de alarma, es que según el Laboratorio de Investigación estadounidense APM, el coronavirus mata a una tasa 3 veces superior, a los afroamericanos en relación a los blancos. No obstante esta situación, aún faltan revisar algunos datos interesantes relativos al racismo practicado por la polícia y la judicialización de los afroamericanos.
Aquí es dónde toda la radiografía política realizada, sobre el crimen de odio de George Floyd, adquiere mayor nivel de cinismo. Según la organización Gun Violence Archive, en 2019 el 29% de las personas asesinadas por armas de fuego de los polícias, son afroamericanos. Pero no sólo eso, si no que se ha registrado un incremento de los asesinatos durante los últimos años. Se considera de igual forma, que 1 de cada 3 afroamericanos -entre 18 y 30 años- está encarcelado o bajo libertad condicional, mientras que, de los 2,12 millones de personas pertenecientes a la población penitenciaria estadounidense -la más grande del planeta- un grueso, son ‘negros’.
En el mismo sentido, los afroamericanos, al menos un 44% del total, han manifestado haber sido al menos una vez en su vida, injustamente detenidos por su ‘raza’, mientras que, también tienen una tasa de encarcelamiento 6,4 veces superior a un blanco…¿tiene sentido entonces el We revolt! que campea por Estados Unidos? ¿no es un compromiso ético hacer justicia a George Floyd, a los afroamericanos y a cualquier víctima de discriminación racial en el mundo?
En resumidas cuentas, esta radiografía política, da cuenta de la evolución de la estructura de dominio racial blanca estadounidense, junto a las luchas de los afroamericanos y a su relación con el desarrollo capitalista. No se puede comprender a George Floyd, sin entender que estos tres sentidos están hermanados. George, es el negro esclavo, el aparcero, el nigger precarizado o desempleado, que ha llevado sobre su cuello, no sólo la rodilla del poder racista blanco, sino el peso de sostener con todo su cuerpo, el desarrollo capitalista estadounidense.
A modo de conclusión
George Floyd no sólo es asesinado por Dereck Chauvin, ha sido asesinado por el racismo constitutivo de la civilización moderna/capitalista, como hemos visto en las tres radiografías del crimen de odio. ¿Pero cómo poner fin a estos asesinatos? ¿cómo hacerlo con la brutalidad policial? ¿cómo superar el racismo de esta civilización?¿cómo detener su poder y estructura de dominación de más de 400 años?
Para estas preguntas, pueden existir muchas propuestas, sobre todo desde el espíritu de rebelión negra del We Revolt! que hoy es proclamada a lo largo y ancho de Estados Unidos y muchos otros países del mundo. Pero es menester atender una completa reestructuración de las polícias estadounidenses con urgencia y el sistema judicial, de conjunto con una profunda transformación del Estado, en el sentido de construir su identidad en base a la heterogeneidad, multiculturalidad y plurietnicidad del pueblo estadounidense. No puede pensarse que un Estado racista será eterno ni tendrá base segura, mientras su lógica sea la discrimación y violencia contra los sujetos racializados, como diriá Martin Luther King, “en Estados Unidos no habrá paz, mientras no haya justicia sobre el negro”.
De igual forma parece imposible, superar el racismo con la actual Constitución estadounidense, cimentada sobre la desigualdad y exclusión de los sujetos históricamente racializados. Sin un nuevo pacto social que refunde el Estado, sobre la base de los intereses del pueblo oprimido, parece imposible cualquier solución a largo plazo. Estas, parecen ser algunas alternativas que se pueden debatir para ir superando progresivamente el problema, pero no tendrán ningún sentido si no están anclados en un horizonte de transformación superadora de la civilización moderna/capitalista, que es la civilización que engendra el racismo. La lucha anticapitalista es hermana de la lucha antiracista. Sin ésta, es imposible lograr resultados verdaderamente emancipatorios para los sujetos racializados.
Pero el Black Lives Matter, y los demás movimientos progresistas que marchan hoy, pueden ser una chispa fervorosa y ardiente en ese sentido de transformación profunda, sobre todo, en un contexto de crisis que tiende a agravarse y puede aprovecharse para los pueblos. Por ahora, es urgente frenar a la bestia rubia nietzcheana y su poder racista, antes de que sea demasiado tarde.