Por: Martín Blettler
(Acercaciencia.com)
En los últimos años un tipo de contaminación ha ganado protagonismo en la agenda política (y científica) internacional: la contaminación por plásticos. Ésta se refiere a la escandalosa acumulación de productos plásticos de desecho en el medioambiente, hasta el punto de ser un serio problema para la vida silvestre y la salud humana.
El plástico es un material versátil, ligero, flexible, a prueba de agua, fuerte y de bajo costo. Quizás esto último explique la aceptación masiva del concepto de “descartable”, punto focal de este artículo. En pocas décadas muchas sociedades hemos desarrollado un voraz apetito por este material, junto a una relación ambivalente: lo consumimos con avidez, pero con premura (y fastidio) nos deshacemos de él (el lector puede recrear la acción situándose, por ejemplo, en un local de comidas rápidas, tomando los utensilios de mesa para descartarlos pocos minutos después). Admitámoslo, la vida cotidiana nos resulta más cómoda con su masividad y uso, tanto como su producción y remanente resultan ambientalmente insustentables.
Por más de 60 años, la producción global y el consumo de plásticos ha ido en vertiginoso aumento. Hoy, más de 300 millones de toneladas son producidas anualmente y un injustificable 40% sólo se destina a productos descartables tales como envases, envoltorios, bolsas, cubiertos, etc. Como es sabido, muchos de estos productos acaban acumulándose dónde no deben: en arroyos, lagunas, ríos y finalmente los mares, volviéndose así un problema global (comparable al cambio climático en magnitud y extensión).
Hoy, el problema de la contaminación por plásticos está siendo abordado por investigadores y especialistas en diversas regiones del planeta. Resulta habitual en la literatura científica, sin embargo, encontrarse con afirmaciones que atribuyen mayormente el problema a la mala gestión de los residuos sólidos y la falta de programas de reciclaje en países en vías de desarrollo. Esta aserción, aunque incómoda para quienes vivimos en el llamadoGlobal South, no es del todo desacertada. Seamos honestos, sólo por citar un caso, (Argentina) islas flotantes de botellas y otros plásticos fluyen libremente o se acumulan en playas del Río Paraná y lagunas de su planicie. Los internalizamos como parte del paisaje, simulamos no verlos (me viene a la mente la expresión metafórica inglesa “the elephant in the room”, haciendo alusión a una verdad forzada a pasar desapercibida), pero están ahí, siguen ahí, y su “reproducción” parece garantizada (por nosotros mismos).
Sociedad de lo desechable
No obstante, muchos artículos científicos eluden un aspecto crucial que se relaciona con la cultura de origen, el “big-bang” de los plásticos. Y es que si hoy hablamos de este problema es porque existió y existe una particular cultura que demandó y demanda saciar su voracidad por los plásticos. Esa sociedad de lo desechable, de “usar-y-tirar” (throw-away society) es una creación de ciertos auto-proclamados países desarrollados o centrales que, sin pensar en las consecuencias ambientales, construyeron peldaño a peldaño un modelo de sociedad super-consumista. Y es que muchos de los países que pregonan el éxito alcanzado en sus programas de reciclaje son también, paradójicamente, los que más desechos producen. Lamentablemente, la balanza aún se inclina por los desechos plásticos, que superan sobradamente todo esfuerzo por reciclar o re-usar.
No sé si culturalmente impuesto o voluntariamente importando, pero lo cierto es que luego muchos países, sin la capacidad tecnológica ni económica de tratar sus residuos eficientemente, adoptaron ese estilo de vida sin medir –tampoco– sus consecuencias ambientales. Y desde entonces los problemas y conflictos globales no dejan de sucederse. Por citar un caso, hoy China ya no recibe basura plástica de países desarrollados siendo que en 2016 importó 7,35 millones de toneladas destinados al reciclaje (más de la mitad de la cifra mundial total) provenientes de 43 países, Estados Unidos y Gran Bretaña entre los principales. Es así como los plásticos salen del cubo de la basura de un hogar de Europa occidental o del norte de América y acaban en el otro extremo del planeta. Hacia dónde exportarán o qué harán esos países ahora con sus basuras plásticas, nadie lo sabe.
Con lo anterior no pretendo que el lector tome posición de acusado o querellante. El propósito de este artículo no es “fijar posición” (expresión de autor ególatra). Por el contrario, su fin es abonar el campo de las ambigüedades y paradojas. Planteo así una dualidad moral y bidireccional: quienes crean tecnologías contaminantes reprochan con fingida virtud la indiferencia de quienes las implementan, y quienes las adoptan lo hacen siguiendo modelos lejanos a sus propias capacidades de tratamiento o remediación.
Afortunadamente, múltiples acciones sociales tendientes a reducir la contaminación por plásticos se están implementando en todo el mundo. Si bien el problema de fondo persiste con alarmante vitalidad (una voraz cultura productiva e híper-consumista paradójicamente asociada al concepto de bienestar), la acción ciudadana independiente impone tendencias destacables (alternativas de re-uso, reciclaje en casa, plogging, boat-plogging, etc).
Bibliografía y fuentes consultadas:
-Blettler et al. 2018. Freshwater plastic pollution: Recognizing research biases and identifying knowledge gaps. Water Res, 143:416-424.
-Löhr et al. 2017. Solutions for global marine litter pollution. Current Opinion in Environmental Sustainability, 28:90-99.
-En su edición del agosto de 1955, la revista Life publicó un artículo titulado “Throwaway Living“. Este artículo ha sido citado como la fuente que utilizó por primera vez el término “sociedad desechable”.