En los ecosistemas, cada uno de los organismos presentes se relaciona de múltiples maneras con otros organismos y con su medio. El medio, a través de múltiples vías ejerce unas limitaciones sobre los organismos que en él habitan. Para el caso de las plantas, a escala global actualmente la principal limitación viene por el agua en más de un 40% de la superficie terrestre del planeta, zonas que se conocen como drylands o tierras secas y en cuya superficie se alberga casi la mitad de la producción de alimentos del mundo (10.7203/metode.13.22006).
En estas zonas, la aridez (una métrica natural y permanente de una región compuesta por las variables de precipitación, temperatura y evapotranspiración), es un limitante que además puede verse influenciado por periodos prolongados sin precipitación, lo que comúnmente conocemos como sequías meteorológicas. Estas sequías pueden ser inherentes al clima como aquellas que ocurren en el mediterráneo, en el cual en el verano se suele dar un periodo prolongado sin precipitación; pero también pueden darse sequías con características fuera de lo habitual para una zona determinada. Por tanto, resulta importante resaltar que ni aridez, ni la sequía propia de un clima, ni un evento de sequía tienen porqué generar los mismos efectos.
A pesar de la diferente naturaleza de estos conceptos, todos ellos ejercen una presión evolutiva sobre la vegetación seleccionando aquellas con mejores características o respuestas (Fig. 1) para sobrevivir. Un interesante ejemplo es el de la pata de guanaco (Cistanthe longiscapa) capaz de vivir en el desierto de Atacama, una de las zonas más áridas del planeta. Aquí, parece no existir vida hasta que unas pocas lluvias permiten la germinación y rápida floración generando el famoso ‘desierto florido’, lo que permite la producción de nuevas semillas que quedarán a la espera de otro año de bonanza. No obstante, mientras que múltiples adaptaciones permiten a la vegetación seguir una estrategia combinada entre elusión, escape y/o resistencia a la sequía, el cambio climático de origen humano se manifiesta de una manera demasiado acelerada y hace que, cada vez más frecuentemente, la capacidad de muchos individuos para tolerar esta perturbación pueda verse sobrepasada.
Aunque bien entendido, el clima es un sistema complejo, por lo que su alteración brusca implica también cambios complejos que van mucho más allá de la subida de temperatura. Uno de estos cambios es el observado en el patrón de precipitaciones a través de su concentración temporal que da lugar a eventos de precipitación más extremos (10.1038/s41612-021-00202-w), pero también modifica la frecuencia de sequías, su intensidad, lugar donde se dan o el momento en el que ocurren (10.1017/9781009157896.013). Además de las proyecciones climáticas que indican, desde hace décadas, una creciente alteración de estos regímenes, estas nuevas sequías actualmente ya se están observando en zonas como el Creciente Fértil o el Cuerno de África.
En este cambio en el régimen de sequías la temperatura también ejerce una función importante. Una mayor temperatura del aire implica una mayor capacidad de albergar agua por lo que, manteniendo constante el resto de las variables, la atmósfera ejerce un poder desecante mayor debido a un mayor gradiente de humedad entre el sistema suelo-planta y el aire. Cuando las plantas realizan la fotosíntesis pierden agua, y si la demanda evaporativa de la atmósfera es muy alta (alta temperatura y baja humedad), su pérdida de agua para obtener una misma cantidad de ‘alimento’ aumenta. Si esta situación se intensifica, en última instancia la planta puede sufrir daños fisiológicos por sequía o debilitar la capacidad de respuesta frente a otras perturbaciones. Aunque el aumento del CO2 atmosférico supuso una mejora en la eficiencia del uso del agua en plantas, las sequías y temperaturas extremas sobrepasaron hace años ese efecto positivo y ya están detrás de muchos eventos de mortalidad de bosques (10.1038/s41467-022-29289-2) incluyendo algunos de los más icónicos globalmente.
La selva del Amazonas es uno de los ecosistemas que más problemas está experimentado para tolerar una sequía sin precedentes en algunas zonas. Aunque han salido imágenes muy sorprendentes en los últimos meses (Fig. 2), su novedad no es el evento (el fenómeno de El Niño suele comportar menos precipitaciones en zonas del Amazonas), sino la intensidad y tendencia de una situación que cuesta mucho esfuerzo caracterizarla de puntual o aislada. La gravedad de esta situación puede valorarse a través de uno de los indicadores de sequía más importante a nivel mundial, el SPEI (índice estandarizado de precipitación y evapotranspiración), cuyos valores en una zona concreta de la selva amazónica pueden verse en la Fig. 3.
Importantes investigaciones han obtenido que desde aproximadamente el año 2000 algo comenzó a cambiar en el Amazonas, concretamente la capacidad de la selva de recuperarse tras perturbaciones (10.1038/s41558-022-01287-8). Esta pérdida de resiliencia podría estar causada por la degradación humana junto a la imposibilidad de la vegetación de mantener la velocidad con la que los regímenes de sequías están cambiando (10.1111/gcb.14413). Además, por si fuera poco el valor único que presenta este ecosistema (al igual que el resto) y la importancia para las poblaciones locales, este caso también afecta a toda la población ya que (aunque aún lejano) forma parte de uno de los 9 puntos de inflexión de relevancia global (10.1126/science.abn7950).
En conclusión, gracias al trabajo de paleoclimatólogos/as, ecólogos/as evolutivos, historiadores/as y muchas otras conocemos a la perfección que las sequías son un fenómeno recurrente en muchas partes del mundo; y esto es algo que aún sabe mejor la vegetación y la amplia variedad de respuestas para hacer frente a ellas. Sin embargo, un mismo (e incluso mayor) grado de conocimiento también permite afirmar que las características de las sequías están cambiando cada vez más tal y como manifiestan muchos ecosistemas debido a la alteración de la composición atmosférica por las emisiones humanas de gases de efecto invernadero. Este cambio implica que la naturaleza, y las personas que estamos supeditados a ella, esté dejando de ser la misma. No obstante, la cara positiva de esta moneda es que está en nuestras manos decidir hasta dónde dejamos que llegue este cambio.