Potojsi o Potosí, que significa el que “truena, revienta, hace explosión” es el nombre dado por los incas, al majestuoso cerro ubicado en la actual Bolivia, que sudaba plata por sus poros y engullía indios por sus infernales bocas.
Su historia, protagonizada entre mitos y leyendas por Huayna Cápac (líder inca) y Diego Huallpa (indio de la región de Chuvilvaca), refleja la cosmogonía de los pueblos andinos, hace referencia del color rojizo en todos sus matices; de la fiebre de la plata en las épocas más infames del saqueo y la expoliación colonial; del genocidio indígena en sus minas; del auge y la caída de la “ciudad que más ha dado al mundo, y la que menos tiene”. Potosí, uno de los cerros más ricos de la historia, es hoy el principal fantasma de una historia triste y miserable, que merece ser contada para nunca jamás ser olvidada.
Potosí: cómo y quiénes lo descubren
No existe precisión o consenso sobre los orígenes de su descubrimiento, pero se sabe al menos que los indígenas originarios de los Andes, tenían conocimiento desde hace siglos, de la existencia del Sumaj Orck’o, o gran “cerro hermoso”, como se le llamaba inicialmente al Potosí.
Sin embargo, a través de las crónicas, mitos y leyendas que se han escrito, o que forman parte de la tradición oral de los pueblos del altiplano boliviano, han sobrevivido dos versiones acerca de cómo y quiénes fueron los que descubrieron el maravilloso cerro. Se tiene así la versión de Huayna Cápac, el undécimo gobernante inca, quién en alguna fecha de su mandato -entre 1497 y 1527- visitó el cerro, y quedo admirado por su belleza e imponencia.
Por curiosidad, envío una expedición a investigar si tenía riquezas y encontró que era cierto. Desde ese momento, los incas decidieron iniciar la explotación del cerro -con fines de fabricar adornos para el Templo del Sol en el Cuzco- no sin antes, escuchar una voz atronadora y divina que salía de sus entrañas y les decía, en quechua: “No es para ustedes, los dioses reservan esta riqueza para los de más allá”.
Demostrado está que los incas respetaron esta palabra, y protegieron con sus vidas el cerro. También se conoce que a partir de este incidente, el cerro empezó a llamarse Potojsi o Potosí que significa “el que truena, revienta o hace explosión”
La otra versión destacada en la historiografía, data del año 1545, cuando Huayna Cápac había muerto y los españoles habían tomado el Perú, trece años antes, con el añadido de haber degollado a su hijo y último jefe inca, llamado Atahualpa. Se relata que un indio de Chuvilvaca, llamado Diego Huallpa, mientras corría tras una llama fugitiva, debió pasar la noche en el Potosí y, cuando buscó guarecerse del frío encendiendo una fogata, varias vetas de plata se fundieron, descubrió que el cerro ‘sudaba’ plata.
Diego Huallpa habló del asunto a su encomendero español, Diego de Villarroel, quien de inmediato se dio cuenta que había descubierto la mina de plata más grande del mundo. Los españoles iniciaron el saqueo y, desde ese momento, Potosí sería la joya de la corona del Emperador Carlos V, quien había escrito en el primer escudo de la ciudad (1547): “Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro, soy el rey de los montes y envidia soy de los reyes”.
El Potosí de los conquistadores: ciclo de la plata, acumulación de capital y genocidio indígena
Una vez declarada la ciudad como Villa Imperial, en 1547 por Carlos V, e iniciado la explotación de plata en el cerro, se inicia el período del Potosí de los conquistadores, que tendrá un impacto significativo en la historia universal y, cuyos efectos, aún se sienten hoy en día.
Para la historia, los 476 años que han transcurrido desde el descubrimiento del Potosí por Diego Huallpa hasta la actualidad, son como un simple pestañeo de ojos. Los colonizadores españoles, se lanzaron ‘como cerdos’, al saqueo de la plata por más de tres centurias. Abriendo más de quinientos socavones o bocas infernales al cerro, no dejaron nada y se llevaron todo.
Entre 1503 y 1660, es decir, en poco más de siglo y medio, entraron a la Casa de Contratación de Sevilla procedentes de América, 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata, que eran mas de tres veces la reservas totales europeas; venían de las minas de Guanajuato y Zacatecas en México, pero el grueso, eran del Potosí. Lamentablemente, estos datos no incluyen los del contrabando.
El ciclo de la plata era una como una ‘fiebre’ muy peculiar, que inundaba todas las estructuras económicas y políticas de la época colonial, a una escala sin precedentes en civilización anterior y que tenía en Potosí “su nervio central”, afirmaba el Virrey Francisco de Toledo. Duró un poco más de 300 años.
Sus efectos no eran los mismos en América que en Europa y, por tanto, contribuyeron de manera muy desigual en ambas partes. Mientras esos 16 millones de kilos de plata se transferían a las potencias coloniales europeas, la economía en América se configuraba como un apéndice de ésta. Hubo un período en este ciclo, donde ésta constituyó el 99% del total de las exportaciones minerales de la región.
Todos estos recursos provenientes de la plata americana, especialmente la de Potosí, servían como un enorme caudal de capital originario, que sirvió de impulso y fundamento al desarrollo de Europa. Sin este proceso histórico de acumulación, es imposible explicar como los europeos tuvieron las bases suficientes para su industrialización. Ernest Mandel comenta, que si sumamos el valor de la plata americana extraída hasta 1660, más las ganancias del tráfico esclavo en el siglo XVIII por los franceses, el saqueo de Indonesia, las Antillas y la India por holandeses y británicos, respectivamente, el resultado “supera todo el capital invertido en las industrias europeas hacia 1800”.
El Potosí de los conquistadores no era solamente el sostén del ciclo de la plata y de la acumulación de capitales originarios que beneficiaba a Europa; estaba fundamentado en el trabajo forzado de los ‘vencidos’ de esta miserable historia. El cerro ‘engullía’ indios para después vomitarlos famélicos, quebrados y enfermos de muerte, día y noche.
Tuvieron los encomenderos españoles la ‘tristemente célebre’ tarea de cazar indios en los alrededores del Potosí, para llevarlos obligados al infierno: se cuenta que todo varón de entre 18 a 50 años, era apto para los trabajos. Muchos, morían en el viaje; otros, trataban de demostrar su condición mestiza para evitar la muerte; los atrevidos, no vieron más opción que el suicidio.
Fue así como inició el genocidio indígena en el Potosí. Los mitayos -que era cómo se conocían para la época a los indios mineros- eran la mano de obra gratuita o casi gratuita, que extraían el sudor de plata en las entrañas del cerro. Los gases de su vientre eran tóxicos, infernales; el mercurio empleado en las minas hacía caer el cabello, los dientes, y generaban temblores incontrolables; los socavones eran tan diminutos, que sólo podía entrarse agachado con una vela en mano, mientras se partían cabezas, brazos y piernas en el oscuro trayecto; el peso que cargaban en sus espaldas los mitayos, les destrozaba la columna.
El calor tóxico, espeso y oscuro, contrastaba con las gélidas temperaturas exteriores del cerro. Si no morían enfermos, el hambre y el frío los ayudaba. Se cuenta que por las noches, a las faldas del Potosí más de seis mil fogatas de mitayos eran encendidas para resguardarse de la templada inclemencia; los que estaban muy enfermos, corrían la suerte de mendigos despreciables que vagaban por las calles de la ciudad.
Ocho millones de indios murieron en el Potosí, según dice Josiah Conder, como testimonio inconfesable del ciclo de la plata y del proceso de acumulación de capital más opulento de la historia. Esta máquina de engullir hombres para vomitarlos triturados, mataba a siete de cada diez y no les daba más esperanza de vida que cuatro años de tortura, tras empezar a trabajar en sus minas. Estos detalles, no figuran en las crónicas españolas de la época y, sólo como anécdotas, son contadas por los historiadores locales.
Así era el Potosí que dejaron tras de sí, los conquistadores españoles.
Auge y caída de Potosí
A la ciudad, se le llegó a referir como la ‘capital del mundo’, donde mujeres y hombres buscaban hacer realidad sus sueños de fortuna rápida. Funcionarios de la Corona, el clero, hidalgos y mineros españoles, concurrían a Potosí en estampida: para el año 1573, la ciudad tenía más de 160000 habitantes, superando a Sevilla, Madrid, Londres, París o Roma. Tanto era el influjo de la ciudad y de su cerro rico, que hasta en el Don Quijote pueden advertirse referencias.
Los historiadores cuentan que la ciudad llegó a ser una de las más grandes y ricas del planeta; también que vivió tiempos de auge y verdadero esplendor. Con iglesias y catedrales que ostentaban plata por todos los rincones, moneda propia, fiestas prolongadas, prostíbulos de lujo, y cualquier clase de capricho que pudieran comprar sus fortunas, los nuevos ricos hacían gala de la ostentación de sus haberes. Pero confundir el auge potosino con el derroche de su clase dirigente, es cuando menos, un terrible espejismo.
Para el mitayo, nunca hubo auge, ni esplendor, ni riquezas; solo el castigo, el frio, la miseria y la muerte para ser compartidas. La ciudad donde todo era de plata, se sostenía con base a su trabajo pero a ellos no les quedaba nada: una de las joyas del escudo de cualquier caballero, tenía más valor que el trabajo que podía hacer un mitayo en toda su vida.
Pero el mundo color de rosa para las élites potosinas, tenía algún día que acabar y exactamente así pasó. Vino la caída de la ciudad cuando se acabó la plata del ‘cerro que truena’ y terminó su ciclo histórico en la economía capitalista mundial. Los españoles se llevaron todo: barrían con escobillas las últimas hebras en el suelo para conseguir plata, dejando hundida en la miseria toda la esplendorosa ciudad, que “tanto había dado al mundo”.
Los ricos se fueron primero, y luego los pobres que no tenían más remedio que migrar. La ciudad quedó desolada y abandonada. Potosí, decrecía demográficamente, y sólo quedaban los restos del saqueo y el subdesarrollo endémico: indios rasguñando las tierras del cerro y hasta las paredes de casas hechas de estaño, que se vendían a cualquier precio.
Se cumplió así la paradoja que diría el sociólogo estadounidense André Gunder Frank, hace varios años: toda ciudad colonial que tenía lazos estrechos con la metrópolis europeas, y que disfrutaron de períodos de auge, son las más signadas por la pobreza y el subdesarrollo en nuestros días.
Potosí, una historia que debe ser contada
La historia de Potosí merece ser contada para no caer jamás en el olvido. El cerro que truena, todavía llora los ochos millones de cadáveres de indios, que el español arrojó a sus entrañas. Ya no suda plata, ni engulle mitayos, pero el desolador paisaje humano que se ha quedado a sus faldas y en su viejas calles roídas por el abandono, es una herida abierta en el pecho de este mundo.
No sólo por respeto, sino por amor a la otra mirada de la historia, la contada desde los ‘vencidos’, es imperativo divulgar estos sucesos ¿no lo crees?.