Por: Mike Beggs
(jacobinlat.com)
Satoshi Nakamoto, seudónimo mediante el cual se conoce al creador de Bitcoin, utilizó dos disfraces distintos al anunciar su invento. El primero fue el de un simple ingeniero que promocionaba todos los beneficios que su nueva tecnología tendría para el comercio cibernético. En un artículo técnico de 2008 presentó a Bitcoin como la solución a un problema práctico. ¿Por qué aceptar esta nueva moneda tan extraña? Porque a pesar de que el sistema de pagos electrónicos existente «funciona suficientemente bien para la mayoría de las transacciones […], padece todavía de los defectos inherentes al modelo basado en la confianza».
El problema, tal como fue definido por Nakamoto, parece ser más bien modesto: las instituciones financieras pueden revertir cobros cuando los clientes se quejan. «El costo de la mediación incrementa los costos de transacción, limitando el tamaño mínimo de una transacción práctica y eliminando la posibilidad de pequeñas transacciones casuales, y hay un costo más general en la pérdida de la capacidad para hacer pagos no reversibles a cambio de servicios no reversibles». En el caso de las transacciones en persona, el efectivo resuelve ese problema: una vez que está en tus manos, el dinero te pertenece. Pero Bitcoin sirve en el caso de las transacciones electrónicas. Reemplaza la mera «confianza» por una «prueba criptográfica».
Entonces nos topamos con el segundo disfraz de Nakamoto: el del tecnolibertario, habitante de los foros de la web, que reflota todos los tropos del discurso de derecha sobre el dinero, presentando a Bitcoin como un arma contra el «dinero por decreto» y la «banca de reserva fraccional». Nakamoto hizo una publicación en la web que remitía al artículo técnico, pero reelaborando el mensaje para un público distinto. El problema de nuevo era la «confianza», pero aquí se enfocaba en presentar a Bitcoin como una solución para los problemas públicos más que los privados: «Debe confiarse en que el banco central no devaluará la moneda, pero la historia del dinero por decreto está llena de violaciones a esa confianza […]. Debe confiarse en que los bancos guardarán el dinero y lo transferirán electrónicamente, pero lo prestan generando grandes burbujas crediticias con apenas una fracción en las reservas». De nuevo, Bitcoin es capaz de evitar el problema de la confianza en instituciones humanas falibles o malignas a través de la milagrosa «prueba criptográfica».
El dinero es un dispositivo social. Las cosas que lo hacen funcionar no deben buscarse al interior de las monedas ni de los billetes, sino en una red de conexiones entre las personas que lo utilizan. El defecto fundamental de Bitcoin es el mito según el cual que esa viabilidad puede ser codificada. Esto es tan posible como estampar las relaciones monetarias de la sociedad en la casa de la moneda. En el mejor de los casos, Bitcoin desarrollará una infraestructura social de este tipo para funcionar de una forma prácticamente idéntica a la del dinero regular. Y entonces, ¿cuál es el punto? En el peor de los casos, las propiedades codificadas en Bitcoin harán que sea inapropiado para construir una infraestructura social viable, colapsará y seguirá siendo un nicho, una tecnología disruptiva, pero que perjudica principalmente a sus propios usuarios.
La experiencia de 2018 parece sugerir que es más probable que se cumpla el segundo escenario.
El Bitcoin y los problemas monetarios
Para cada problema monetario sobre el que escribe Nakamoto –real o imaginario, privado o público– la «prueba criptográfica» se presenta como su solución. Eso es lo que Bitcoin tiene para ofrecer así que, si este será el futuro del dinero, más vale que la solución sea buena. Pero, ¿son los problemas de Nakamoto los problemas fundamentales del dinero?
El problema técnico que resuelve Bitcoin es que logra simular en términos electrónicos las propiedades de una moneda física sin recurrir a una administración centralizada. Cuando una moneda real pasa de mano en mano, algo físico, que estaba antes bajo la posesión de una persona, pasa a estar bajo la posesión de otra. Cuando alguien gasta una moneda, no la tiene más y, por lo tanto, no puede gastarla de nuevo.
Simular esto en términos electrónicos no es algo nuevo. La mayoría de lo que utilizamos como dinero no es efectivo físico –monedas o billetes– sino dinero electrónico que toma la forma de depósitos bancarios. Y, en realidad, toma la forma de un «libro mayor», forma que ha existido durante siglos como cuentas sobre un papel. El dinero del libro mayor simula la moneda en el sentido de que no es posible gastar dos veces el mismo depósito, a pesar de que, a diferencia de lo que sucede con el dinero en efectivo, no hay ningún objeto físico que impida que esto suceda. El sistema bancario podría añadir dinero a la cuenta del beneficiario sin descontarla de la del pagador tan solo pulsando algunas teclas. El motivo por el cual los bancos no hacen esto es que sus depósitos son obligaciones –promesas de pago– de las cuales se exige que estén siempre disponibles para ser convertidas en moneda de otro nivel (como papel moneda emitido por el gobierno). «Copiar» un depósito simplemente incrementaría las obligaciones del banco sin incrementar sus activos. Los bancos efectivamente crean nuevos depósitos «a partir de la nada», pero solo cuando prestan, y lo hacen a cambio de un activo correspondiente (el contrato de préstamo).
El sistema regular de pagos electrónicos es una red compleja y de naturaleza jerárquica: las personas se pagan unas a otras principalmente a través de depósitos bancarios; los bancos se pagan entre sí principalmente con dinero del banco central (el famoso «dinero por decreto»). Las redes de pago internacionales, que involucran la conversión entre monedas, son bastante defectuosas, aunque pueden parecer bastante fluidas para cualquiera que tenga una tarjeta de crédito. Todo el sistema está administrado: si bien una buena parte puede estar automatizada, descansa fundamentalmente sobre instituciones que mantienen bases de datos que toman la forma de libros mayores.
La tecnología blockchain [cadena de bloques] introducida por Bitcoin también simula la transferencia de monedas, pero de una forma distinta: sin una administración jerárquica centralizada. Lo hace creando registros públicos de las transacciones. Las copias de la blockchain existen en muchas computadoras, lo cual crea un registro difícil de falsificar que establece quién tiene los títulos de propiedad sobre cada moneda. Los detalles no son tan importantes para nuestro propósito, pero cualquiera puede hacerse una idea general leyendo el artículo original firmado por Nakamoto.
La blockchain resuelve efectivamente un problema: permite simular una moneda de forma tal que no pueda ser gastada dos veces ni copiada, sin descansar sobre instituciones financieras que llevan libros de cuentas centralizados, lo cual brinda los supuestos beneficios de la privacidad prescindiendo de cualquier intermediario y de la necesidad de la confianza humana. La forma en la que lo hace le parece bastante torpe a un lego de la criptografía como yo, y es notoriamente ineficiente en lo que respecta al consumo de electricidad, pero los expertos dicen que es «una pieza increíblemente inteligente de ingeniería criptográfica», así que simplemente tomaré su palabra a modo de hipótesis.
Con todo, esto no hace más que resolver el problema monetario más básico. Es verdad que cualquier medio de pago, como mínimo, debe resolver este problema: cuando uno tiene una moneda, debe tenerla, para que la gente a la que uno quiere pagarle la reconozca como tal. Pero esto es solo una condición mínima. No basta con tener el reconocimiento colectivo de que efectivamente «eso es un billete de diez dólares», «eso es una moneda de dos libras» y «eso es un bitcóin». Eso puede ser codificado en la tecnología Bitcoin de la misma forma en que se acuñan las monedas tradicionales en la casa de la moneda. Lo que no puede ser codificado es:
- la aceptabilidad: el hecho de que otra gente aceptará la moneda como medio de pago;
- el valor: lo que vale en términos de otras monedas, bienes y servicios, etc;
- la liquidez: la facilidad con la que ese valor puede ser realizado en el intercambio con esas otras cosas.
La aceptabilidad de los pagos depende generalmente de otros dos elementos: para que la gente esté dispuesta a aceptar algo como medio de pago, debe tener confianza en que otras personas lo considerarán valioso y en que serán capaces de realizar ese valor sin mayores problemas.
Teniendo esto en cuenta, evaluemos el desempeño de Bitcoin.
El problema del valor
Los fanáticos de Bitcoin sostienen, como lo hicieron siempre los fanáticos del oro, que el «dinero por decreto» no es una buena reserva de valor. A diferencia de los fanáticos del oro, no recomiendan que adoptemos algo (como el oro) con usos no monetarios o una larga tradición, como si fuera un paraíso de la seguridad que podría convertirse en un respaldo de valor seguro frente a cualquiera de sus alternativas. Su argumento descansa más bien en la idea de que los bancos centrales son propensos a gestionar mal el dinero, debido a su ineptitud o a su depravación. En cambio, Bitcoin no tiene gerentes. Está codificado de forma tal que el minado lanzará nuevas monedas a un ritmo predecible y decreciente, con un límite a la oferta de 21 millones de bitcoins. Entonces, sigue el argumento, el valor está codificado en su interior.
Sin embargo, hasta ahora, en términos de la estabilidad de su valor, el bitcoin funcionó peor que cualquier dinero por decreto en la historia.
Pero Nakamoto nunca prometió estabilidad. En cambio, predijo que el valor del bitcoin se elevaría a un ritmo constante: «En lugar de modificar la oferta para mantener el valor constante, la oferta está predeterminada y es el valor lo que cambia. A medida que crece el número de usuarios, el valor por moneda aumenta. Tiene el potencial de un bucle de retroalimentación positivo; a medida que crece el número de usuarios, aumenta el valor, lo cual podría atraer a más usuarios que quisieran aprovechar el valor creciente».
Esto funciona como un tercer elemento que genera entusiasmo por Bitcoin: la capacidad de atraer, más allá de los nerds y los tecnolibertarios, a quienes vendrían a ser los lustrabotas de los verdaderos especuladores. Y este argumento demostró ser muy importante.
Durante la primera parte de 2018 la trayectoria del bitcoin fue fundamentalmente ascendente, y fue todavía más espectacular en 2017. Su valor en términos de las monedas nacionales, y en términos de las cosas valuadas en esas monedas, se mantuvo en ascenso. La predicción de Nakamoto parecía cumplirse, no porque la gente estuviese acudiendo en manada a utilizar Bitcoin como dinero, sino porque lo estaban comprando para mantenerlo (una estrategia conocida en la jerga cibernética como «HODL»), especulando con la posibilidad de que su valor aumente todavía más.
¿No era esto una señal de la fortaleza del bitcoin? Ni los fanáticos pueden negar que se trató de una dinámica especulativa clásica que no podía prolongarse para siempre. El único argumento razonable al que se puede recurrir para creer en la sustentabilidad del valor del bitcoin es que, con el tiempo, se apoderará de una parte sustantiva de la demanda global de dinero. Dado que la oferta total de bitcoins tiene un tope, incluso una parte relativamente modesta bastaría para respaldar un precio mucho más elevado que el de las cotizaciones estratosféricas de fines del 2017. (Un cálculo rápido publicado en Investopedia arrojó un valor de 514 000 dólares por bitcoin, asumiendo que llegue a conquistar el 15% de la demanda de dinero a nivel mundial. Mientras que esto puede parecer modesto o escandalosamente absurdo, lo cierto es que es bastante bueno para los estándares de los subreddits de las criptomonedas). En teoría, los especuladores entrarían primero y, en el largo plazo, transferirían sus tenencias a nuevos usuarios a medida que Bitcoin avanza con rumbo a ser adoptado de forma masiva.
Desafortunadamente, es el mismo éxito que tiene entre los especuladores lo que hace que Bitcon sea menos útil como dinero. Un incremento de valor súbito que se autoperpetúa puede socavar una moneda con tanta facilidad como la de una inflación repentina: ¿quién quiere gastar algo que podría multiplicar su valor en cuestión de semanas? Y, por supuesto, el aumento del bitcoin en 2018 tocó finalmente un pico y revirtió su marcha. Ahora su trayectoria es incierta y varía día a día, e incluso hora a hora.
Los fanáticos de Bitcoin responden a esto diciendo que no importa, porque el bitcoin no se utiliza como unidad de cuenta. Los vendedores no establecen el precio de las cosas en bitcoins de manera independiente. Establecen su precio en términos de alguna moneda nacional, como el dólar, y luego dejan que el precio del bitcoin se adecúe automáticamente de acuerdo al tipo de cambio del momento, de la misma forma en se hace cuando se vende moneda extranjera a compradores alrededor de todo mundo. El bitcoin es solo un vehículo, un medio de pago que no se busca conservar más allá del tiempo que toma convertirlo en otra moneda.
Esto es un balde de agua fría para cualquiera que afirme que Bitcoin estaría rivalizando con el «dinero por decreto».
Es verdad que algo no tiene que ser una reserva de valor de largo plazo para tener éxito como medio de pago. Pero, por otro lado, la inestabilidad de una unidad de cuenta puede socavar un sistema monetario, dado que los contratos se establecen en términos de unidades de cuenta. Para que los contratos cumplan la función que se supone que deben cumplir –fijar algunos aspectos del futuro– las partes deben tener alguna confianza en el significado que tendrán en el futuro los números que se escriben sobre ellos. Imaginemos lo que le hubiese sucedido a cualquiera que hubiese firmado un contrato de trabajo de un año en bitcoins en febrero de 2018. Tal vez la apreciación de la criptomoneda hubiese implicado que este trabajador se hiciera rico, pero más probable hubiese sido que su empleador quebrara. O imaginemos un salario anual de 2017 atado al precio futuro que el bitcoin alcanzó en diciembre de 2018: los estándares de vida de los trabajadores y de las trabajadoras habrían caído en más de la mitad de su valor. Claramente, una moneda que está sometida a tanta volatilidad no será adoptada como una unidad de cuenta.
Pero bueno, está bien: establezcan los contratos y el precio de las mercancías en dólares, pero especifiquen que los desembolsos se realizaron en bitcoins de acuerdo con el tipo de cambio del momento. Esto significa asumir al bitcoin como medio de pago, pero no como unidad de cuenta. En ese caso, Bitcoin no es una alternativa a las monedas emitidas por los Estados, sino que las parasita. Deja la gestión de la estabilidad de las unidades de cuenta a cargo de los miserables bancos centrales.
Pero aun esto es dudoso. La capacidad de un banco central para gestionar la estabilidad de sus unidades de cuenta (por ejemplo, el dólar) depende del hecho de que emite un medio de pago denominado en esa unidad de cuenta (por ejemplo, los billetes de la Reserva Federal de Estados Unidos denominados en dólares) y, por lo tanto, tiene algún tipo de control sobre las condiciones de la oferta. También depende de su capacidad de actuar como supervisor de los bancos privados que hacen depósitos al valor nominal de esa unidad y que necesitan pagarse entre sí en la moneda del «dinero por decreto». En la medida en que el bitcoin lograra –milagrosamente– convertirse en un medio de pago alternativo y popular, socavaría la estabilidad de la unidad de cuenta de la que depende.
Pero, como sucede con algunos parásitos, es probable que el bitcoin no tenga tanto éxito para reproducirse y, por lo tanto, no será capaz de matar a su huésped. Esto se debe a que también es un pésimo medio de pago.
El problema de la liquidez
Para ser un buen medio de pago, algo tiene que ser ampliamente aceptado y utilizable como pago y tener un costo de transacción mínimo. Esto plantea el problema del huevo y la gallina: la gente acepta generalmente algo como pago porque tiene confianza en que otra gente lo aceptará. Entonces, ¿cómo levanta vuelo por primera vez una nueva moneda?
Hay una salida: aun si no es posible gastarla directamente de manera generalizada, en la medida en que pueda ser convertida en algo que sí es ampliamente aceptado, será casi tan buena como cualquiera. La convertibilidad ha ayudado a sostener la aceptación de la mayor parte de las cosas que ahora utilizamos como dinero: tanto las monedas nacionales como los depósitos bancarios. El texto que se leía en los billetes estadounidenses prometía «pagar al portador en demanda “x” dólares en oro o dinero legal». Ahora estos billetes son “x” dólares, aceptables al punto de que la convertibilidad es superflua. La aceptabilidad de los depósitos bancarios todavía depende de la convertibilidad a la par, entre otras razones porque se desea conservar la posibilidad de pagarle a los clientes de otros bancos. En el caso del bitcoin, nadie garantiza la convertibilidad a un tipo de cambio particular, motivo por el cual entra como mucho en la categoría de activos líquidos, como los bonos y las acciones. Pero a diferencia de estos, tiene la pretensión de ser un medio de pago. ¿Puede algo así llegar a ser ampliamente aceptado?
Los fanáticos de Bitcoin solían argumentar que el bajo costo de las transacciones era una ventaja de la criptomoneda, porque no hay que pagarle a ninguna institución administradora como, por ejemplo, se hace con un banco. Pero esto ahora parece un poco bobo. Hay dos elementos que hacen al costo de la utilización de Bitcoin. Uno es el costo de transacción interno al sistema Bitcoin, que se paga al ejecutar una transferencia de una persona a otra, o de una «billetera» a otra. De hecho, incluso se paga un costo por transferir tu propia moneda entre tus propias billeteras, dado que esa transferencia debe ser registrada en la blockchain tanto como cualquier otra. Luego está el costo de cambiar bitcoins. La mayoría de los comercios que aceptan bitcoins no pueden realizar sus propios pagos usando la criptomoneda, así que la facilidad para convertirla a monedas nacionales es vital.
La tarifa interna a Bitcoin que debe pagarse por las transacciones es un poco incómoda. Quien desea gastar dinero debe darle a los procesadores de blockchain («mineros») un incentivo para que incluyan la transacción en el próximo bloque que generen. A su vez, quien gasta elige cuánto pagar aunque, por supuesto, los mineros están interesados en incluir las transacciones obteniendo el mayor beneficio posible por el espacio que ocupan en el bloque. (Aquí la cosa se vuelve un poco complicada: cada bloque tiene una cantidad finita de espacio para transacciones. El tamaño de los datos (o el «peso») de tu transacción depende del número de fuentes distintas de las cuales recibiste los bitcoins que estás gastando, y no de la cantidad de bitcoins que estás gastando. Entonces, alguien que gasta un bitcoin acumulado a partir de miles de microtransacciones tiene una transacción más «pesada» –es decir, que ocupa más espacio en un bloque– que alguien que gasta la misma cantidad pero la recibió mediante una transacción única. Cuanto más pesada la transacción, más elevada la tarifa). En vez de pagar una tarifa prestablecida a algún banco u otra institución prehistórica, los usuarios de Bitcoin hacen ofertas en un mercado libre para conseguir que sus pagos sean procesados. Es necesario monitorear el precio de las tarifas, que depende de cuántas transacciones están compitiendo por bloques en ese momento, y luego evaluar cuánto estás dispuesto a pagar en relación con cuánto tiempo estás dispuesto a esperar para completar la transacción. Si te cuesta sacar la calculadora, hay sitios que estiman la cantidad que deberías ofrecer para garantizar que tu transacción sea incluida en losx bloques siguientes.
Este párrafo –que probablemente hayas salteado– da la sensación de que Bitcoin está destinado a un nicho constituido por la superposición en el esquema de Venn entre «gente que disfruta de manejar su computadora mediante la línea de comandos» y «gente que ama la idea de pujar en un mercado tan solo para realizar un pago». En realidad, el usuario casual de Bitcoin utiliza una interfaz gráfica equivalente, brindada por algún servicio de billeteras como Coinbase, que tomará una decisión ejecutiva sobre el intercambio y simplemente se la presentará al usuario como la tarifa que debe pagar por la transacción. Durante mucho tiempo, esto era prácticamente invisible para las personas, porque las tarifas eran bastante pequeñas (en general no pasaban de unos cuantos centavos de dólar por un plazo de transacción de aproximadamente una hora). Eso cambió en 2017 por el simple motivo de que, a medida que la burbuja empezaba a crecer, la cantidad de transacciones de bitcoins se multiplicó. En junio, la tarifa media era de alrededor de 2,50 dólares, lo cual hubiese hecho enojar a cualquiera que tuviese el hábito de comprar su café con bitcoins. Las tarifas cayeron solo para repuntar en agosto y situarse por encima de los 5 dólares. Y luego, diciembre: la tarifa media se situó por encima de los 30 dólares durante los días previos a Navidad, y luego se mantuvo encima de los 14 dólares durante más de un mes. Hay que recordar que este era el precio de ejecutar cualquier pago simple utilizando Bitcoin.
La manía especulativa desbordó la capacidad de procesamiento del sistema de minado, haciendo del bitcoin un medio de pago inútil, aun cuando la única razón más o menos plausible para su valor absurdo era el glorioso futuro que tendría como medio de pago. (Ejemplo de un comentario de Reddit de septiembre de 2018: «El Bitcoin pronto valdrá cientos de miles de dólares y la idea de que deberías desperdiciarlo comprando café no tiene sentido […] Llegará el momento en que el mundo no aceptará más dólares estadounidenses en concepto de pago, porque el mundo habrá descubierto que hay una moneda superior que es más demandada pero, hasta que eso suceda, debemos sacar ventaja de la voluntad de la gente de intercambiar cosas por dinero de papel»). Luego del colapso de enero de 2018, la tarifa por transacción retornó a niveles más razonables a medida que disminuyó el flujo de transacciones a ser procesadas.
Pero estas tarifas internas al sistema Bitcoin son solo una parte de los costos de transacción. Dado que el Bitcoin no es ampliamente aceptado, los comercios que lo aceptan necesitan cambiarlo por su moneda doméstica corriente. Dado que su valor es tan volátil, generalmente no quieren correr el riesgo de tenerlo más tiempo del que es estrictamente necesario. Ninguna institución ha asumido la responsabilidad de convertir bitcoins a cualquier moneda a un tipo de cambio fijo (y hacerlo sería una locura). Esto basta para hacer que el bitcoin, como cualquier otra criptomoneda, sea mucho menos líquido que su competencia (es decir, que el dinero electrónico del banco denominado en una moneda nacional). La liquidez del bitcoin en un momento dado depende del estado de sus intercambios.
En el mejor de los casos, esto no está tan lejos de la situación en la que se encuentran los comercios de internet que aceptan monedas extranjeras. En cualquier transacción internacional, una parte –sea el comprador, el comerciante o la institución financiera que media entre ambos– debe cambiar sus monedas en el mercado de divisas, y esto le añade un pequeño costo a la operación (de alrededor del 3%), que en general recae sobre el comprador. Las compras internacionales son rutinarias. Entonces, ¿cuál es el problema?
En primer lugar, Bitcoin añade un costo muy elevado a las compras domésticas, aun cuando el comprador y el vendedor comparten una misma moneda y la transacción podría haber sucedido sin ninguna necesidad de cambio de divisas. De hecho, el costo se duplica. Hasta que la gente gane salarios en bitcoins, ambas partes deberán afrontar un esfuerzo suplementario: una tiene que salir a comprar bitcoins y la otra está forzada a venderlo, mientras que cada una paga las tarifas internas al sistema, que se suman a las tarifas impuestas por sus respectivas instituciones financieras.
Pero la cosa se pone peor, porque el bitcoin no es solo una moneda más. Es mucho más volátil: su precio tiende a oscilar en relación a las monedas nacionales mucho más de lo que las monedas nacionales oscilan entre sí. Un comerciante que recibe bitcoins directamente en su propia billetera quedará expuesto a las oscilaciones de valor que sufrirá el bitcoin entre el tiempo en el que acepta el pago y el tiempo en el cual puede cambiarlo por su moneda local. El tiempo que lleva registrar las transacciones en la blockchain es incierto. En general tarda alrededor de una hora, aunque puede tardar mucho más durante los períodos en los que hay muchas transacciones en curso. Dada la volatilidad del bitcoin, esto implica una apuesta sobre cuánta moneda doméstica se recibirá finalmente por un pago realizado en la criptomoneda.
Mientras tanto, la segunda transacción –de bitcoin a la moneda local del vendedor– también depende del estado de los intercambios de bitcoins. Los diferenciales de oferta y demanda –la brecha que existe entre el el precio al cual puede ser vendido el bitcoin y el precio más alto al cual puede ser comprado– no son demasiado altos en la mayoría de los intercambios líquidos negociados en dólares estadounidenses, lo cual sugiere que generalmente no es difícil encontrar alguien con quien efectuar las transacciones. Pero pueden ser muy elevados en el caso de otras monedas. Esto abre otra brecha entre lo que paga el comprador y lo que recibe el vendedor, que se suma a la tarifa de la transacción y a las tarifas institucionales. Y no hay ninguna protección criptográfica contra una crisis de liquidez en los mercados, que se produciría si, por uno u otro motivo, la gente de repente se volviera recelosa de Bitcoin.
De hecho, la mayoría de los comercios que aceptan Bitcoin no lo hacen directamente. Utilizan instituciones para gestionar el backend, lo cual hace que la cosa sea (relativamente) fácil y se mantenga (en gran medida) libre de riesgos. Las empresas como Bitpay y Coinbase supervisan las transacciones de Bitcoin, y simplemente depositan el equivalente en moneda local en la cuenta bancaria del comercio. Por supuesto, cobran por el servicio, de una u otra forma: alguien todavía debe pagar las tarifas por las transacciones y asumir el riesgo de tener los bitcoins reales. Hasta cierto punto, los intermediarios de Bitcoin pueden reducir los costos de las transacciones, porque si dos usuarios del mismo servicio se pagan uno al otro, la operación puede registrarse en los libros del intermediario sin que se muevan bitcoins de una billetera a otra. Es decir que reducen los costos evitando utilizar realmente la infraestructura Bitcoin.
En otras palabras, volvimos al libro mayor y a la necesidad de confiar en las instituciones. ¿Qué tan lejos nos encontramos de la banca de reserva fraccional?
La lección que debe extraerse de todo esto es que las instituciones surgen en respuesta a ciertos problemas, dado que, aun con todas las innovaciones criptográficas del mundo, el dinero no puede administrarse a sí mismo. Tal vez la emergencia de esta infraestructura de intermediación de las criptomonedas está indicando una cierta maduración, del mismo modo en que los bancos fueron creciendo alrededor de las distintas monedas. Pero socava directamente la pretensión original de Bitcoin, que era permitir pagos sin la necesidad de confianza y de orientación institucionales. (De manera similar, esto de «comprar café con bitcoins» implica en realidad comprar café con tarjetas Bitcoin prepagas, lo cual añade una capa extra de costos por transacciones y falta de liquidez).
La mayoría de los usuarios casuales de Bitcoin ingresan mediante un servicio online, así que termina lidiando con lo peor de ambos mundos. Pagan, de una u otra forma, por los costos de transacción y por los riesgos de Bitcoin, y también deben enfrentar los problemas de confianza y seguridad que surgen de lidiar con las instituciones (los mismos problemas de confianza frente a los cuales Nakamoto proponía a Bitcoin como una solución). Cualquiera que utilice un servicio online para administrar o intercambiar sus bitcoins debe confiar, en el mejor de los casos, en instituciones cuya legitimidad no ha sido testeada. El archivo es más bien desigual. Pero hay quienes eligen concentrarse en los epitafios de las lápidas del cementerio del fracaso de Bitcoin:
- «se declara en bancarrota luego de que se evaporaran 850 000 bitcoins de las manos de sus clientes»
- «problemas regulatorios, pérdidas por 100 000 dólares y una disputa con un procesador de pagos»
- «luchó durante muchos años antes de cerrar debido a la falta de interés»
- «pérdidas financieras significativas […] debidas a una falla interna en la seguridad del servidor que le dio al atacante acceso a la billetera en la cual Bitcoinica conservaba sus fondos»
- «a medida que el servicio se degradaba […] el operador confesó que los fondos de los clientes habían sido utilizados para operaciones de especulación»
- «informó que se perdieron 17 000 bitcoins luego de que perdiera el acceso a su archivo wallet.dat»
- «empezó a experimentar problemas con los pagos en noviembre de 2013, lo cual hizo que los usuarios de Reddit lo definieran como “una estafa”»
- «el sitio desapareció, diciendo que estaba en un “período de mantenimiento”»
- «se declaró en bancarrota luego de ser hackeado por segunda vez en el año»
- «capturado por la agencia de seguridad […] con veintiún cuentas usadas para el lavado de dinero y otros crímenes financieros relacionados»
Incluso las plataformas más grandes y con mejor reputación como Coinbase y Bitfinex «tienen el hábito irritante de limitar los retiros a pequeñas sumas y/o sufrir retrasos en el procesamiento cada vez que los precios bajan». Puede que la blockchain en sí misma sea capaz de mantener el anonimato de los pagos, pero no las instituciones: a fines de febrero de 2018, Coinbase les anunció a sus 13 000 clientes que acataría el pedido realizado por la IRS (Servicio de Rentas Internas, por sus siglas en inglés) para acceder registro de todas sus transacciones. En lo que respecta al Bitcoin crudo, los analistas financieros forenses demostraron que pueden inferirse una cantidad impresionante de datos a partir de la información escrita en la blockchain, haciendo de Bitcoin una «herramienta efectiva para las operaciones de las agencias de seguridad».
Hay signos de que los intermediarios han encontrado serias dificultades con los costos de transacción. En 2017, justo antes de Navidad, BitPay anunció que no procesaría más pagos a minoristas por valores inferiores a 100 dólares, porque las pequeñas transacciones «se están volviendo cada vez más inviables, tanto para los usuarios que las realizan como para BitPay que las procesa». Pronto BitPay revirtió la decisión frente a la indignación de los clientes, aunque notó que, de todas formas, para los pagos que en ese momento costaban más de 30 dólares, no tenía mucho sentido que la gente utilice Bitcoin. Sucesivamente, la tarifa promedio por transacción (la que es interna a un pago efectuado utilizando Bitcoin, sin incluir otros costos que implica entrar y salir del sistema) cayó hasta alcanzar un valor de alrededor de 10 o 20 centavos de dólar, a medida que la manía se calmó y se propagó una modificación del código de la blockchain. Pero si el ritmo de las transacciones vuelve a crecer, en algún punto Bitcoin volverá a toparse con un cuello de botella.
Tampoco es que mucha gente utilice Bitcoin para una compra minorista cualquiera. Para hacerse una idea, puede verse esta lista de comercios que la aceptaban en 2018: Overstock.com, Microsoft (más o menos, tal vez), Expedia, Dish Network… y luego lumbreras como eGifter, PizzaForCoins, Newegg, Shopify y Roadway Moving Company. Para las pequeñas empresas que se toman la molestia con Bitcoin, las dificultades con las que se encuentran pueden ser consideradas como un gasto de marketing: el dueño de un negocio de sándwiches de Londres le dijo a Bloomberg que el incentivo era «la gran publicidad» que obtenía por «unos pocos pagos». Si demasiada gente empezara a pagar con bitcoin, deberían reconsiderarlo. Pero el hombre añadió: «no puedo imaginarme cómo eso podría suceder pronto».
Cuando un informe de Morgan Stanley de 2017 reveló que, de los 500 comercios que aceptaban bitcoin quedaban solo 3, Business Insider le encontró el lado positivo: «Bitcoin seguirá creciendo, pero como un activo y no como un método de transacción».
Pero sucede que, en tanto activo, la única razón más o menos racional que da cuenta de su valor, es su supuesto gran futuro como método de transacción.
Tecnología disruptiva
A pesar de todo esto, luego de 2018, Bitcoin logró mantener un valor para nada desdeñable. Se sostiene casi completamente en la demanda especulativa, es decir, gente que hace HODLing esperando a que el precio vuelva a subir o intentando evitar sus pérdidas.
El bitcoin y otras criptomonedas tienen un sentido práctico genuino, y es su capacidad para facilitar pagos online privados: transacciones en el mercado negro, compras legales que alguna gente prefiere mantener fuera de la declaración de sus tarjetas de crédito y evasión de controles financieros. (La adopción de la criptomoneda en China fue crucial para el éxito temprano de Bitcoin; durante un tiempo, en 2013, las operaciones de de bitcoins denominadas en yuanes superaron a las transacciones denominadas en dólares, y, a pesar de las enérgicas medidas del gobierno, China ha seguido siendo una sede importante de minado y de operaciones). Cualquiera de estos motivos puede bastar para que algunas personas sigan queriendo soportar los inconvenientes, el riesgo y el costo de las transacciones para usar esta incómoda moneda.
Pero esto no le otorgará ningún valor particular al bitcoin, sin importar cuán limitada sea la oferta. Compite con otras criptomonedas y con sus propias bifurcaciones (nuevas versiones de la moneda, como Bitcoin Cash, que se crean cuando la red se divide en función de modificaciones del código). En un escenario improbable en el cual se aceptara ampliamente esta moneda, nada prevendría que se desarrolle una indeseable banca de reserva fraccional en bitcoins. Así que lo más probable es que encuentre un nicho en el sistema monetario, aunque será uno más bien pequeño.
La izquierda no tiene ningún motivo para lamentar el fracaso de Bitcoin. Su crítica del sistema monetario no es nuestra crítica. Hay una cierta idea según la cual, dado que los bancos y los bancos centrales no están de nuestro lado, cualquier cosa que atente contra ellos debe ser bienvenida. Pero Bitcoin no es una amenaza para los sectores dominantes de la sociedad porque no es más que una patética competencia con el dinero que estos sectores utilizan en este momento y que todavía les brinda seguridad, liquidez y costos de transacción relativamente bajos. Bitcoin tiene poco para ofrecerles a los no fanáticos, y los especuladores solo se mantendrán en su órbita mientras sea plausible que su valor siga creciendo.
Los conservadores y los libertarios están obsesionados con el dinero administrado porque necesitan un chivo expiatorio. ¿El capitalismo tiene problemas? Es porque el Estado ha interferido en el orden natural de las cosas, o ha reprimido nuestra libertad para comerciar. Los socialistas entienden que la arquitectura monetaria del Estado está diseñada para mantener la estabilidad de un sistema definido por la desigualdad y la alienación, pero esa arquitectura no es en sí misma la causa de esta realidad.
Si Bitcoin lograra reemplazar de alguna forma al dinero emitido por los gobiernos y al sistema bancario actual –olvidemos por un momento todos los motivos por los cuales esto no va a suceder– dejaría las relaciones sociales capitalistas intactas, aunque se presentarían de forma más cruda. El patrón oro finalmente fracasó porque se topó con el ascenso del movimiento obrero. Los acuerdos actuales son un compromiso endeble que surgió en ese momento.
Nuestra solución debe ir en la dirección opuesta a Bitcoin: no menos administración, sino más administración socializada y bajo control democrático. Eso no puede codificarse. En última instancia, Bitcoin es una de esas tecnologías disruptivas que termina perjudicando a sus propios usuarios. Deberíamos dejársela a ellos.